La Jornada
Exitoso avance invasor contra un "centro terrorista" se transforma casi en desastre
Libaneses buscan cadáveres o sobrevivientes en un edificio bombardeado por aviones de Israel en el sur de Tiro Foto Ap
Qlaya, Sur de Libano, 26 de julio. ¿Será posible -será concebible- que Israel esté perdiendo la guerra en Líbano. Desde esta aldea en una colina al sur del país puedo ver las nubes de humo café y negro que se levantan sobre el más reciente desastre en la ciudad libanesa de Bin Jbeil; hasta 13 soldados israelíes murieron y otros están rodeados después de una devastadora emboscada de la guerrilla Hezbollah en lo que se suponía iba a ser un exitoso avance militar israelí contra un "centro terrorista".
A mi izquierda también se ve el humo elevándose sobre la localidad de Jiam, donde los restos del puesto de la Organización de Naciones Unidas (ONU) despedazado permanecen como un único monumento en memoria de cuatro soldados de ese organismo que murieron el pasado martes, casi todos ellos decapitados por un misil fabricado en Estados Unidos, durante un ataque aéreo israelí.
Soldados indios de la ONU apostados en el sur de Líbano, visiblemente conmovidos tras el horror de recoger, en pedazos, a sus compañeros de Canadá, Fidji, China y Austria de un puesto de la organización mundial claramente marcado, depositaron la mañana de este miércoles los restos en un hospital de Marjayoun.
En años anteriores pasé horas en compañía de sus camaradas en esta posición de la ONU, justo frente a la frontera de Líbano con Israel. Las instalaciones estaban pintadas de blanco y azul y tenían a la entrada una bandera azul de Naciones Unidas. El deber de estos soldados era reportar todo lo que vieran: los despiadados lanzamientos de cohetes del grupo Hezbollah disparados desde Jiam y la brutal respuesta israelí contra los civiles libaneses.
¿Será que por esto tenían que morir, después de ser objetivo de los israelíes durante ocho horas pese a que sus superiores suplicaron a la Fuerza Israelí de Defensa que cesaran el fuego? Fue un helicóptero de Israel, también fabricado en Estados Unidos, el que se encargó de ello.
Mientras tanto, en Bint Jbeil tiene lugar otra carnicería. Después de proclamar el "control" sobre esta ciudad del sur de Líbano, los israelíes cayeron en la trampa de Hezbollah. En el momento en que llegaron a un mercado desierto, fueron emboscados desde tres flancos, y los soldados cayeron bajo un fuego sostenido de rifle.
El resto de las tropas israelíes -rodeadas por los "terroristas" a los que debían liquidar- hizo llamados de auxilio desesperados, pero un tanque israelí Merkava y otros vehículos blindados que fueron enviados como refuerzo al lugar fueron también atacados e incendiados.
Hasta 17 soldados israelíes pudieron haber muerto hasta ahora en esta desastrosa operación militar de Tel Aviv. Durante la ocupación de Líbano, en 1983, más de 50 soldados de Israel fallecieron en un solo atentado suicida.
Hezbollah ha esperado y entrenado por esta guerra durante años y no va a renunciar al territorio que liberó del territorio israelí tras 18 años de una guerra de guerrillas. El asalto de este miércoles de la milicia chiíta contra el ejército israelí en Bint Jbeil lo ha comprobado.
El problema es que Estados Unidos cree que la matanza es una "oportunidad" para humillar a los simpatizantes de Hezbollah en Teherán, y para ayudar a rediseñar el "nuevo Medio Oriente", del que tan alegremente ha estado hablando la secretaria de Estado, Condoleezza Rice.
Es a Israel al que se le está acabando el tiempo en el sur libanés. Los más recientes ataques en contra de esta nación han colocado a los israelíes, por quinta vez en 30 años, en el banquillo de los acusados de crímenes de guerra. El saldo de civiles muertos en Líbano ya alcanza los 400.
Pese a todo, Estados Unidos no está dispuesto a intervenir para prevenir la carnicería; ni siquiera llamará a un cese del fuego de 24 horas para permitir que huyan 3 mil civiles que aún están atrapados entre Qlaya y Bint Jbeil, entre los que figuran numerosos extranjeros de doble nacionalidad, al menos dos de ellos canadienses.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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