Para los oaxaqueños y el país en su conjunto, Oaxaca es hoy, simultáneamente, anticipo y amenaza. La ambivalencia corresponde a la polarización actual de clases y sectores, pero es más profunda y general. Lo que pasa en Oaxaca anticipa el mundo por venir y está cargado de esperanza. Por eso mismo es amenaza: quienes impulsan la transformación se hallan expuestos a la violencia brutal de las estructuras de poder, amenazadas, a su vez, por un movimiento irreversible que no puede detenerse a mitad del río.
El movimiento es resultado de una lenta acumulación de fuerzas y de un aprendizaje múltiple derivado de innumerables luchas anteriores. Ha hecho creativa aplicación de la política de un no y muchos sí, cuando la gente se une en un rechazo común por diversos motivos, razones e ideales, reconociendo con actitud incluyente la pluralidad real de la sociedad. Practicada con éxito en Oaxaca, constituyó fluidamente la Asamblea Popular del Pueblo Oaxaqueño (APPO).
Tres luchas democráticas diferentes confluyen en la que ahora se libra. Ciertos grupos buscan enriquecer la democracia formal, cuyos vicios son ampliamente reconocidos en Oaxaca. La gente está harta del cochinero y la manipulación. Quienes desean seguir usando la trinchera electoral la quieren limpia y eficaz. Otros grupos buscan profundizar la democracia participativa. Además de transparencia y rendición de cuentas, quieren mayor participación ciudadana en la gestión de gobierno, con instrumentos como la iniciativa popular, el referendo, el plebiscito y el presupuesto participativo.
Un número sorprendente de personas y grupos extiende y profundiza la democracia autónoma o radical conforme a concepciones políticas muy otras. La gente ejerce su autonomía y sus propias formas diferenciadas de gobierno en cuatro de cada cinco municipios oaxaqueños. Lo ha hecho siempre a contrapelo de los poderes opresivos de la Corona Española o el Estado Mexicano.
Aunque la práctica fue reconocida por la ley desde 1995, se mantiene bajo tensión y acoso. Se trata ahora de invertir la situación: mantener bajo tensión y acoso al gobierno estatal y federal, someterlo a vigilancia y control ciudadanos. Se busca ampliar, profundizar y extender el ejercicio autónomo, pasando del plano comunitario y municipal al de grupos de municipios vecinos y al plano regional, para que la gestión en todo el estado esté fincada en la autonomía. Apela a la imaginación sociológica y política, pero se basa, sobre todo, en la experiencia acumulada en autonomías de hecho y de derecho. La gente no espera la inevitable salida de Ulises Ruiz para realizar estos cambios: los está poniendo en operación en diversas partes del estado, en APPO comunitarias, de barrio, municipales, regionales, sectoriales...
En Oaxaca desaparecieron los poderes malamente constituidos, aunque el Senado lo siga ignorando. Funcionarios trashumantes se reúnen en secreto en hoteles o casas particulares; no pueden asistir a oficinas clausuradas por la APPO. La policía sólo sale de sus cuarteles de noche y a escondidas, junto a sus porros, para lanzar ataques arteros contra la gente. Propiamente no hay problemas de gobernabilidad, porque la APPO muestra sorprendentes capacidades de gobernanza, mientras la gente asume el nuevo estado de cosas y rechaza cotidianamente el autoritarismo de los restos del viejo régimen. No se ha podido organizar su funeral, por lo que del cadáver insepulto siguen emanando todo género de pestes. Pero está bien muerto. Liquidado en la cabeza y el corazón de quienes lo padecían, cruje ya el cascarón vacío.
Hace unos días, en la colonia Alemán de Oaxaca surgió una riña descomunal en una fiesta particular. En medio de la batahola salió a la calle una pareja medio borracha. "Tendríamos que llamar a la policía", dijo él. "Estás pendejo", dijo ella; "no hay policía". "Es cierto", dijo él rascándose la cabeza; "llamemos a la APPO".
"Pinche chamaco", dijo el lidercillo al joven panadero Diego Hernández, en pleno centro de la ciudad; "no te pongas pendejo porque te quemo el local. Estos espacios son míos. Ustedes mandan en sus casas, pero yo mando aquí, en las calles". Y le sacó la pistola, mientras lo rodeaban sus guaruras. Pero Diego no se amedrentó. "No te tengo miedo", le dijo; "detrás de esa pistola se esconde un cobarde". Estaban a punto de agredirlo cuando Diego detonó tres cohetes, como se acostumbra hacer en las barricadas de la APPO. Eso bastó, al menos por ahora.
No son puntadas de borracho o desplantes individuales. Es un nuevo estado de cosas para el que se necesita con urgencia un nuevo marco político de referencia. Sólo podrá construirse sin Ulises.
* Escritor. Entre sus últimos trabajos figuran "Posmodernismo de base" y "Más allá del desarrollo ¿qué?"
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