Sin respetar un acuerdo para el traslado de refugiados, les lanzó misiles el pasado día 11
Una libanesa y sus hijos caminan con banderas de Hezbollah por un vecindario devastado durante una ofensiva del ejército israelí en el poblado de Saddikine, en el sur de Líbano Foto Reuters
Joub Jannine, Este de Líbano, 22 de agosto. Hay algunas marcas en el camino donde los misiles cayeron sobre los inocentes de Marjayoun. Pero existen más recuerdos de lo que ocurrió inmediatamente después de que un ataque aéreo israelí se lanzó sobre un convoy de 3 mil personas al anochecer del 11 de agosto. Una joven cristiana de 16 años gritando "quiero a mi papá", mientras el cuerpo mutilado de su padre yacía a unos metros de ella; el mujtar del pueblo descubriendo que su esposa, Collette, había sido decapitada por uno de los misiles israelíes; un voluntario de la Cruz Roja libanesa que de manera totalmente altruista se internó en la oscuridad de la guerra en Líbano para llevar agua y emparedados a los refugiados y fue abatido por otro misil, aunque sus amigos intentaron llegar a él para salvarle la vida.
Algunos se derrumban cuando recuerdan la matanza en Joub Jannine, ocurrida cuando los israelíes dieron permiso a los refugiados de salir de Marjayoun, y especificaron qué caminos debían tomar para después lanzarles misiles desde aviones sin piloto. Cinco días más tarde, Israel no se había tomado la molestia de explicar esta tragedia, de la misma forma en que tampoco nos han dicho por qué mataron a al menos siete refugiados y herido a otros 36 tres días después de que entró en vigor el cese del fuego de la ONU.
Se trata de una de las historias no contadas de la guerra entre Israel y Hezbollah; hay otras infinitamente más sangrientas, pero la tragedia última de estos refugiados mayoritariamente cristianos tiene que ver con numerosos funcionarios y ministros libaneses, incluido el primer ministro libanés, el embajador estadunidense y el ministerio de Defensa israelí.
El día anterior al ataque
Todo comenzó el 10 de agosto, cuando los israelíes protagonizaron una pequeña incursión terrestre en Líbano después de un mes de bombardear masivamente las aldeas del sur libanés. El brigadier general, Adnan Daoud, al frente de una fuerza mixta de 350 policías paramilitares y soldados libaneses alojados en barracas en la bonita localidad cristiana de Marjayoun, fue visitado a las nueve de la mañana por un oficial israelí que se identificó como el "coronel Ashaya". Daoud, cuyos hombres no estaban combatiendo a los israelíes, llamó al ministro de Interior, Ahmad Faftfat, quien respaldó -según el mismo Fatfat- la decisión de Daoud de dejarlo entrar al cuartel. "Ashaya" pasó cuatro horas mirando las barracas para asegurarse que no había miembros de Hezbollah ocultos. Después se fue y Daoud puso una bandera blanca en la caseta de vigilancia afuera del cuartel.
Pero a las cuatro de la tarde, una unidad de tanques israelíes irrumpió en el cuartel. Daoud recibió la orden de Fatfat de dejar entrar a los israelíes, quienes le informaron: "somos la ocupación y estamos a cargo". Después, un oficial israelí encerró a Daoud en su habitación.
Miles de cristianos de Marjayoun temían por su vida. Según varios trabajadores humanitarios, Hezbollah estaba lanzando cohetes desde detrás del hospital de la ciudad, que inmediatamente fue abandonado por la Cruz Roja libanesa. Los habitantes pensaban, con mucha razón, que los misiles de Hezbollah se dirigirían ahora a Marjayoun, en vista de que la localidad estaba llena de tanques y soldados israelíes.
Encerrado en su cuarto, Daoud volvió a llamar a Fatfat y éste telefoneó al primer ministro libanés Fouad Siniora, que por casualidad hablaba en ese momento con el embajador estadunidense en Beirut, Jeffrey Feltman, quien, ya sea vía el Departamento de Estado o directamente de la embajada estadunidense en Tel Aviv, dijo a sus diplomáticos que llamaran al Ministerio de Defensa israelí, y ellos respondieron rápidamente que no debía haber tropas israelíes en las barracas de Daoud. Pero los israelíes en Marjayoun se rehusaron a creer lo que les dijo Daoud.
Para entonces, los habitantes de Marjayoun ya habían entrado en pánico y Daoud llamó a Fatfat a las siete de la tarde para arreglar que un convoy de refugiados saliera del norte de Marjayoun hacia Beirut. Según Fatfat, el gobierno libanés llamó a un comando de Naciones Unidas en el sur de Líbano a las cinco de la madrugada del 11 de agosto, para asegurar la autorización de los israelíes para que miles de refugiados pudieran trasladarse hacia el norte. La ONU, según Beirut, notificó posteriormente al general Abdulrahman Shaiti, asistente de la cúpula de la inteligencia militar libanesa, que el convoy tenía permiso de los israelíes para viajar.
Dos vehículos blindados de la ONU conducidos por soldados indios llegó a Marjayoun para encontrarse con al menos tres mil personas, incluidos refugiados chiítas musulmanes de las aldeas vecinas que habían sido devastadas, listos para marcharse.
"Teníamos un acuerdo en el sentido de que saldrían hacia el valle de Beka, según confirmó Alain Pellegrini, el comandante de la ONU", señala Fatfat. "También se había acordado el camino que tomaríamos". Pero hubo retrasos. Parte del camino había sido severamente bombardeado y tenía que ser reparado. Después de las cuatro de la tarde el convoy salió lentamente de Marjayoun, encabezado por los 350 soldados Daoud.
Los vehículos de la ONU abandonaron el convoy en Hasbaya, que es el límite norte en que las unidades de Naciones Unidas tenían permiso de operar en el territorio libanés, lo que dejó a los refugiados peligrosamente expuestos. La ONU ya había advertido a las autoridades libanesas sobre el retraso del convoy.
"Iban tan lento que me enfurecí", recuerda un trabajador humanitario. "La gente de aldeas amistosas salía para ofrecer agua y comida a los refugiados y conversaban con ellos, y los refugiados se detenían a saludar a viejos amigos como si fueramos en viaje turístico. El convoy iba a ocho kilómetros por hora y comenzaba a oscurecer".
Los tres mil refugiados ya estaban en el valle de Beka al caer la noche y se acercaban a los antiguos viñedos de Kifraya, en Joub Jannine, cuando el desastre los golpeó a las ocho de la noche." La primera bomba cayó sobre el segundo vehículo", dice Karamallah Dagher, un reportero de Reuters. "Yo conducía por el camino y mi amigo Elie Salami salió de su auto y estaba ahí parado; me preguntó si tenía gasolina que me sobrara y que pudiera regalarle. Fue entonces cuando cayó el segundo misil y la cabeza y los hombros de Elie se desprendieron del cuerpo y salieron volando. Su hija Sally, de 16 años, salió del automóvil de un salto y gritó: "Quiero a mi papá, quiero a mi papá", pero él ya se había ido".
Hablando de estos asesinatos, Dagher se desmorona y llora. El trató de cargar a su madre artrítica para sacarla del auto y llevarla lejos del convoy bombardeado, pero ella se quejaba tanto por el dolor que decidió dejarla en el asiento del pasajero del coche y se sentó junto a ella a esperar una muerte violenta que milagrosamente nunca llegó.
Pero sí llegó para Collette Madissi Rashed, la esposa del mujtar, quien fue decapitada en su jeep Cherokee y murió junto con un miembro de la familia Tahta, de Deir Mimas, al igual que otros dos refugiados, un soldado libanés, el voluntario de la Cruz Roja de 35 años, Mikhael Jbaili, originario de Zahle, todos ellos volaron en pedazos cuando estalló el misil.
"Cundió el pánico", dice el alcalde de Marhayoun, Fouad Hamra. "Mucha gente huyó en los vehículos. Tenían autorización, y pensamos que todo iba a estar bien. ¡Creímos que era obvio para los israelíes que si Hezbollah iba a transportar armas por la noche, se habrían trasladado en la dirección opuesta!"
¿Quién dirigía los aviones sin piloto? ¿Una fuerza invasora israelí? ¿Un funcionario sin nombre del Ministerio de Defensa en Tel Aviv? Los israelíes sabían que había un convoy de civiles en el camino y aún así mandaron sus aparatos sin piloto a atacarlo. ¿Por qué? Hasta la noche de este martes, el Ministerio de Defensa israelí sigue sin responder a estas preguntas que los periodistas han hecho desde el pasado viernes.
© The Independent
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