El gobierno hace famosas cada día más cárceles del país, con ese método de escarmentar en ergástulas horribles, y si lejanas mejor, a los rebeldes de Oaxaca (y otra gente que venía pasando) y Atenco. Tal severidad la exhibían sólo al capturar grandes capos o hermanos incómodos. Qué tiempos aquellos, recientes pero idos. Y estos criminales la pasan en chirona más a gusto que Catarino Pereda, Ignacio del Valle, Jacobo Silva Nogales y los centenares más de presos políticos, quienes bajo la línea de flotación de los derechos humanos adornan las fachadas del régimen calderonista.
El escenario es preocupante, mas también alentador. Una burguesía poderosa y rica como nunca que sin embargo tiembla. La apanica su fragilidad. Cuerpos de hierro, piernas de madera apolillada.
Funcionarios como Francisco Ramírez Acuña, Eduardo Medina Mora, Miguel Angel Yunes o el investigable Juan Carlos Romero Hicks no aprobarían una solicitud de empleo en un país democrático.
Resulta que siempre sí hay clases sociales. Que las de abajo son inocultables, y mayoría. Agraviadas y hartas como nunca. Pareciera más práctico pegarles por separado para dividirlas, o meterles programas "sociales" de doble filo (Oportunidades, Procede y los que inventen), o mediante inducción de alcohol y drogas. Pues si la "chusma" (feliz expresión del ideólogo panista Chespirito) se junta, pegarle se complica. Puede salir una cabeza de Hidra, como en Oaxaca, y todo por no escuchar ni negociar sino traicionar a la manera zedillista (o peor, ulisista: acepto dialogar, y en la puerta de mi despacho te aprehendo y consigno).
No es el México de Díaz Ordaz, repiten muchos. Tampoco el de Zedillo. La sociedad es otra, y la ilegitimidad de los tres poderes sí importa. Prevalece un descontento general, profundo y organizado. El número de mexicanos infelices es mayor que nunca, y el nuevo régimen les garantiza menos educación, cultura, salud, protección legal.
Bienvenido a esta Oaxaca nacional. Allá arriba llegaron al límite. Los de abajo no se detienen ya ante el riesgo, de todos modos están muriendo. Y para mayor inconveniente aman la vida, por eso no les gusta como viven, y eso que saben hacerlo bien con bastante poco, comunitariamente. Saben que se puede.
Para empezar, México es más indígena de lo que se acepta censal, mental, históricamente. Y conforme avanza el siglo XXI se generaliza en el pueblo la experiencia de los indígenas, el sector más lúcido y claro de su mexicanidad. Enseñan a la Nación generosidad, tolerancia, comunalismo. Se encuentran preparados como nadie para resistir y perdurar. ¿Paradoja? Sucede que el sistema económico, el Estado y los medios de comunicación no son democráticos, no lo pueden ser ya, mientras las clases subordinadas se insubordinan porque son democráticas, practican el consenso, la responsabilidad, el bien común, el ejercicio desinteresado de los cargos que reciben. También ellos, y no sólo los depredadores corruptos de arriba, están transformando el país.
El aparato político y económico apesta. El judicial-represivo también. Pero abajo las aguas se mueven. México, el de abajo, anda, sigue andando. Los pueblos resienten el temor a la bota del poderoso y sin embargo no les gana. Están hartos, no desesperados. Son nuestra mejor frontera. Dentro de sus bordes cabe todo lo que México sí es. Las demás "fronteras" son una impostura en favor de quienes se enriquecen explicablemente y nos destruyen.
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