Las trayectorias de muchos movimientos sociales latinoamericanos tienen estrecha relación con las metáforas a las que Marx apeló para delinear sus visiones de la revolución y el mundo nuevo. No se empeñó en formular una "teoría de la revolución", como le endilgaron buena parte de sus seguidores, sino que se limitó a pensar con base en imágenes o parábolas si se prefiere nacidas de la experiencia concreta. Sus construcciones teóricas pretendían impulsar el movimiento real, no indicarle un camino único, atemporal, ahistórico, válido para todos los tiempos y en todas las latitudes.
Al hilo de la Comuna de París (en La guerra civil en Francia) recordó que "los obreros no tienen ninguna utopía lista para implantar por decreto del pueblo (...) no tienen que realizar ningunos ideales, sino simplemente dar suelta a los elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno". En otras ocasiones, acudió a la imagen de la revolución como partera: no es la revolución la que crea el mundo nuevo, sino que, "simplemente", lo ayuda a nacer. Nunca apostó al Estado como clave de bóveda de la construcción del socialismo, institución que siempre consideró como obstáculo en el camino emancipatorio.
Ante nuestros ojos aparecen hoy multiplicidad de prácticas de cambio social que crecen en el seno de los movimientos, de la selva Lacandona a la Patagonia. Son creaciones originales de porciones de esas sociedades otras (de indios, sin tierra, desocupados, pobres de las periferias urbanas) que vienen cobrando forma en los márgenes del mercado y a contrapelo de la acumulación de capital. En general, no responden a diseños prefijados por tal o cual corriente política "no se basan en ideas y principios inventados por tal o cual reformador del mundo" como dice el Manifiesto, sino que beben en los inagotables manantiales de las culturas y tradiciones de los de abajo. Como todas ellas son diferentes, sus creaciones son igualmente diversas y dispares.
En los territorios de los movimientos, que a menudo son sociedades otras en movimiento, surgen prácticas educativas, de salud, de producción, asentadas en relaciones sociales no capitalistas. Obreros de fábricas recuperadas que producen sin capataces y reinventan formas de división del trabajo que no generan jerarquías; campesinos que crean asentamientos que suponen una verdadera revolución cultural en la vida rural; indios que recuperan sus saberes curativos ancestrales; desocupados que inventan mercancías que intercambian con otros desocupados. En estos espacios, la educación se convierte a menudo en autoeducación y, por tanto, adquiere rasgos emancipatorios al disolver la clásica relación sujeto-objeto que reina en las aulas.
Si alguien pretende delinear el aspecto que tendrá el socialismo, no tiene más que observar estos mundos otros para captar rasgos que se van dibujando en pequeño, en multiplicidad de prácticas que son embriones del mundo nuevo. Pero lo primordial está por venir. Aún no sabemos cómo será el socialismo porque, en lo fundamental, va cobrando forma en las diferentes experiencias de los oprimidos en la medida que van desplegando sus potencias creativas. Todo lo contrario de esa imagen tan apreciada por ciertos revolucionarios que asegura que "la senda está trazada" y sólo falta recorrerla. El socialismo entendido como propiedad estatal de los medios de producción y desarrollo de las fuerzas productivas fracasó estrepitosamente. El mundo nuevo crece de adentro hacia fuera y se expande horizontalmente, por fuera y a contramano de las instituciones. Para el parto de esta sociedad nueva parece necesario contar con una herramienta de carácter estatal la fuerza, la violencia organizada, esos fórceps que ayudan a "romper el cascarón" por volver a imágenes de Marx. Luego los fórceps deben ser descartados para que no se vuelvan un fin en sí mismos que terminen desfigurando el mundo nuevo.
En Venezuela, el socialismo tiene dos caminos. O se asienta en las miles de iniciativas de los de abajo, en los más de 6 mil comités de tierra urbana o en las 2 mil mesas técnicas de agua, por poner apenas dos ejemplos, donde millones de personas se hacen cargo de sus vidas; o se asienta en el aparato estatal. En este caso, el Estado toma a su cargo la producción, la salud y la educación, y con el tiempo todos los aspectos de la vida. Será un Estado cada vez más fuerte, más poderoso, más centralizado, que formará una sociedad a su imagen y semejanza: homogénea, idéntica a sí misma, sin espacios para la diferencia y la disidencia. Es un camino conocido. Con toda seguridad conduce a la mejora de los estándares de vida de la población, pero no tiene nada que ver con el socialismo ni con la emancipación. La relación mando-obediencia, uno de los ejes del sistema capitalista y del Estado, seguirá ocupando un lugar dominante.
Este modelo tiene a su favor la previsibilidad. Se sabe hacia dónde conduce, quiénes tienen el timón y quiénes ejecutan las órdenes. Por el contrario, los caminos que llevan a un mundo otro, al socialismo digamos, son inciertos, imprevisibles y deben reinventarse siempre. No hay modelos. A mi modo de ver, la experiencia de autogobierno de los de abajo más avanzada que hoy existe son las juntas de buen gobierno, de Chiapas, donde todos y todas aprenden a gobernarse, disolviendo así el Estado. Lejos de ser un modelo son apenas un punto de referencia, la prueba palpable de que es posible ir más allá de lo que existe, y de los caminos trillados que la historia de más de un siglo ha mostrado que reproducen formas de opresión intolerables.
fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2007/01/19/index.php?section=opinion&article=026a1pol
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