Existe consenso sobre el voto de castigo al PRI y al PAN, por su insensato apoyo a Ulises Ruiz y por otras tropelías. Se recuerda bien la victoria del 2 de julio, cuando fue posible frustrar con él la manipulación electoral más obscena y agresiva de que se tiene memoria. Pero el consenso no da para más.
Los atropellos sufridos durante las jornadas electorales de 2004 y 2006 dejaron huellas profundas en Oaxaca, confirmando el arraigado prejuicio contra procesos siempre sometidos al control mafioso del PRI y los caciques locales. En las elecciones recientes se agregó la violencia directa al repertorio acostumbrado de prácticas viciadas. Persiste, por ejemplo, el agravio de Huautla: se pasea por las calles y es actualmente precandidato el dirigente priísta que mató a palos a un maestro disidente, como se registra en un video que todo mundo vio.
El TEPJF reconoció las irregularidades, pero decidió no intervenir y así convalidó el fraude que instaló en la gubernatura a Ulises Ruiz. La frustración de cuantos vencieron sus prejuicios para participar en una elección en que por primera y única vez se unió toda la oposición para romper el monopolio del PRI llevó al abstencionismo masivo unos meses después. En la ciudad de Oaxaca, por ejemplo, bastó 11 por ciento de los electores para que el PRI recuperara el municipio.
Las porquerías llegaron a extremos nunca vistos en 2006. Hasta la Secretaría de Gobernación, que sigue negándose a ver cuanto ocurre en Oaxaca, reconoce que el marco electoral e institucional del estado es enteramente inadecuado. Pero las próximas elecciones se realizarán dentro de ese contexto. No hay tiempo para modificarlo.
Este panorama se combina con la tradicional autonomía política de los pueblos indios de Oaxaca para forjar una extensa resistencia a la participación electoral. Como señaló Francisco Toledo, el lema argentino ¡Que se vayan todos! es enteramente pertinente para Oaxaca. Es urgente hacer a un lado a toda la clase política del estado y reconstruirlo desde la base social.
Es tema general de preocupación la defensa de comunidades y barrios. Las campañas electorales podrían ser más devastadoras que la PFP. ¿Cómo protegerse de las presiones, manipulaciones e intimidaciones que ya se han desatado? ¿Cómo reaccionar ante la violencia caciquil, que intenta recuperar el territorio que perdió con el movimiento?
La estrategia actual implica usar la trinchera electoral como un dispositivo de lucha contra el régimen dominante, por medio del voto de castigo, sin hacerse ilusiones sobre su significado. Apostar al juego electoral sería estéril e implicaría distraer empeños de otras tareas urgentes, como la de articular la fuerza política capaz de someter a control a los poderes constituidos, para evitar la guerra civil que se ha estado preparando y para desafiar el actual estilo de gobernar, por la fuerza y con el mercado, que define cada vez más una nueva forma del apocalipsis.
Esta postura se ha estado manifestando en las asambleas regionales de la APPO y en reuniones de muchas organizaciones. Sin embargo, un grupo destacado de activistas y cuadros políticos intenta convencer a todos de la apuesta electoral. Consideran que debe aprovecharse la fuerza del movimiento para impulsar candidatos ciudadanos. Piensan que es posible ganar la batalla por el Congreso y que desde ahí sería posible impulsar la agenda de transformación.
Las dos posiciones se expresaron en la asamblea estatal de la APPO que tuvo lugar este fin de semana. Termino estas notas cuando aún no ha concluido, por lo que desconozco sus decisiones. Cualesquiera que sean, podrán causar desconcierto o confusión, por la falta de consenso, pero no división. No habrá confrontaciones intestinas, como las que se estilan en los partidos. Diversos grupos que participan en la APPO seguirán en estos meses caminos paralelos, aunque se juntarán de vez en cuando. Nada podrá impedir que algunos entreguen toda su energía a la apuesta electoral y que la pierdan, sea por no conseguir el registro (si el PRD local guarda para sí todas las posiciones, con la convicción equivocada de que cosechará lo que no ha sembrado), o bien por perder la elección e incluso por ganarla.
La mayoría de la gente, mientras tanto, sin despreciar o combatir esos empeños desafortunados, seguirá tomando iniciativas de transformación de largo alcance. Acudirán a la cita, para hacer sentir sus votos contra Ulises Ruiz, pero no se perderán en el humo electoral.
Fuente:http://www.jornada.unam.mx/2007/02/12/index.php?section=opinion&article=023a2pol
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