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domingo, marzo 04, 2007

La otra frontera (México-Guatemala) por Isabel Vericat Núñez

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2007/03/04/sem-isabel.html


La otra frontera
(México-Guatemala)

Isabel Vericat Núñez

In memoriam Ryszard Kapuscinski, un maestro

Un equipo de tres personas –investigadora, camarógrafo y la autora de esta crónica escribe- estuvimos tres semanas entre octubre y noviembre de 2006 en el Soconusco, Chiapas, frontera México-Guatemala. Filmamos un documental que resultó en un corto de veinticinco minutos y entrevistamos a muchos migrantes y organizaciones. El texto que sigue parte del guión que imaginé para la filmación y que después seguimos con la editora para dar forma al documental final.

Texto, testimonios e imágenes son indivisibles y a la vez fragmentarios. No forman una totalidad pero se complementan, se dan la mano y acompañan, aunque cada elemento tiene su propio significado por separado.

Todo el trabajo es un homenaje in memoriam, desdichadamente, a Ryszard Kapuscinsci, que escribiendo, me enseñó a ver, entender y transmitir la realidad, sus hechos y su humanidad. Nuestras Termópilas, una de ellas en los últimos años y cada vez más en todo el mundo, la emigración, sus grandezas y sus miserias.

Este proyecto se realizó con el apoyo de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y su contenido es responsabilidad de la autora.


Bajo el volcán Tacaná, La Casa del Fuego, de 4 mil metros de altura y situado en el límite natural entre México y Guatemala, binacional, gran templo terráqueo-biológico y montaña sagrada maya-mam, entre ceibas, caobas y cedros rojos, habita el mítico quetzal junto al ocelote, el pavón y el águila crestada. Volcán activo –su última erupción fue en 1986–, inicia la cadena volcánica centroamericana.

Bajo el volcán, como es de rigor, también habitan –recordando al Cónsul de Malcolm Lowry en Bajo el volcán–, no uno sino tres cónsules, porque a sus faldas inicia la cadena migratoria centroamericana hacia el norte que, en su obligado paso por México, más que pies quisiera tener alas.

La frontera entre el Soconusco en Chiapas y San Marcos en Guatemala no consigue interrumpir la continuidad natural de la geografía entre dos países que el río Suchiate separa pero también une. A las faldas del volcán se amparan dos pueblos que antiguamente fueron sólo uno y que en la actualidad son varios que se confunden, como el paisaje, con la migración a México de América Central: Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala.

Con un flujo migratorio de entrada a México de unas mil personas al día, que en su inmensa mayoría inicia la travesía del país hacia "el sueño americano" –así llamado todavía por la población migrante refiriéndose a los Estados idos de América–, muchas de las mujeres migrantes se quedan en torno a la capital del Soconusco, Tapachula, convertida en la tercera región del mundo –las otras dos son algunas zonas fronterizas de Brasil y Tailandia– en la mal hadada y llamada prostitución, y otras pocas en la no tan mal llamada servidumbre doméstica. Ambas basadas en un cuerpo vivido como herramienta de trabajo y arma que permite a algunas mujeres sobrevivir, a pesar de los riesgos y sometimientos, mejor que en sus lugares de origen. Otras siguen solas o en grupos con otros migrantes para realizar su máximo deseo: trabajar con un sueldo digno, aunque en el camino a menudo son utilizadas por sus compañeros de grupo o ellas mismas se rentan para ganarse el dinero imprescindible para la siguiente etapa de su hazaña.

LOS CRUCES DEL SUR

La frontera sur de México, del Pacífico al Atlántico, tiene unos mil 200 kilómetros de longitud y colinda con Guatemala a lo ancho de los estados de Chiapas (más de ochocientos kilómetros), Tabasco y Campeche (220 km), y con Belice (175 km) en Quintana Roo.

El punto más occidental de la frontera México-Guatemala, muy cerca ya del Pacífico, Ciudad Hidalgo-Tecún Umán, está dividido y unido por el río Suchiate, y el paso es fluido como la corriente del río que transcurre. El puente binacional, recién rehabilitado después del huracán Stan, tiene una abundante circulación de pasajeros y aduanal de mercancías transportadas en triciclos, el vehículo más local y oriental –asiático– de la zona. En él se cargan mercancías y personas, y el jadeo de los conductores, que en general no son jóvenes, al esforzarse en pedalear, hace que los pasajeros no puedan sostener largas conversaciones con ellos, como se suele hacer con los taxistas. El tráfico es silencioso y suave como el deslizamiento de las ruedas de una bicicleta, sin motores. Esto contribuye a que el paso de la frontera por el puente aduanal se convierta en un paseo para los visitantes y para la mayoría de la población –guatemaltecos y mexicanos– que circula cotidianamente con la autorización de un pase habitual por el que paga una módica cantidad.

Pero el cruce no es precisamente un paseo para los migrantes centroamericanos que necesitan entrar a México para llegar a su destino más preciado, Estados idos. México, país de un espinoso tránsito para la población migrante pobre e indocumentada, para la que el destino final se convierte con mucha frecuencia en inalcanzable una y otra vez, porque muchos persisten y lo vuelven a intentar hasta donde les alcanzan las fuerzas físicas y la esperanza de prosperar.

Más hacia el interior, otro punto fronterizo de cruce del Suchiate, con el puente al fondo como panorama, es el de las balsas construidas con dos enormes neumáticos y tablones como cubierta, arrastradas por hombres que, como bestias de carga, recuerdan a los siervos o esclavos que, transportando piedras ciclópeas, contribuyeron a construir pirámides o murallas en la Antigüedad.

Como una metáfora en vivo de las ya famosas "espaldas mojadas", representan el esfuerzo y el riesgo de la travesía de los "tres veces mojados" del sur que van al norte. Los balseros del Suchiate son transportistas de pasajeros y de mercancías que, en un cruce ilegal pero custodiado por soldados del ejército, arriesgan hasta el resuello, según el nivel del cauce del río debido a las lluvias, y también por una módica cantidad en quetzales o en pesos. Son jóvenes, de otra manera no podrían bracear y tragar el agua del río en caso necesario antes de pasar, con la edad, de transportistas acuáticos a tricicleros terrestres. Éstos sí cobrando sólo en quetzales, que están al alza, ya que de soberanía y moneda nacional se trata de uno y otro lado de Guatemala y México.

El tercer punto oficial de cruce es el puente Talismán, lleno de encanto, también sobre el Suchiate pero en su paraje más montañoso. Verde pálido para Guatemala y amarillo claro para México, el mojón a mitad del puente indica el límite fronterizo y, sobre todo del lado de Guatemala, tiene una intensa actividad cambista de las monedas de ambos países y del intercambio comercial de su población agricultora e indígena, ataviada con la vestimenta tradicional en el caso de mujeres y niños, lo cual convierte la labor cotidiana de una población que transita de ida y vuelta en un quehacer festivo, de feria de productos básicos agrícolas y artesanales.

El cuarto cruce, el que compran los migrantes, está como deliberadamente relegado del otro lado del puente de circulación suave, río abajo hacia el mar, a la vista de todos, pero clandestino, ilegal, custodiado y tolerado también por soldados y asaltantes que lucran y abusan de los que cruzan en cuanto ponen el pie en suelo mexicano y desde antes, en Tecún Umán. La zona aledaña a este cruce en Ciudad Hidalgo es todo un barrio con hospedajes, guías y cuadrillas de jóvenes dispuestos a despojarlos a las primeras de cambio, del intercambio.

Hay otras rutas de paso y sitios de cruce no oficiales río arriba, conocidos por polleros y por lo que unos a otros se cuentan quienes quieren entrar a México y atravesarlo lo más rápido posible sin ser vistos ni detectados. Hombres y mujeres casi todos jóvenes, de quince a treinta y cinco años, que quisieran ser invisibles para entrar y pasar por el país y aparecer del otro lado en carne y hueso, con todas sus energías y necesidades. Lo que llaman mano de obra.

Los migrantes centroamericanos indocumentados –aproximadamente en un veinte por ciento mujeres– en su mayoría son los que tienen como única salida del infierno de sus vidas partir, y no entran a México por ninguno de los tres cruces oficiales en la zona: cruzan y son cruzados de la cruzada abismal de nuestros días, de un mundo a otro, o que esperan que lo sea. Necesitan trabajar y desean con todo su vigor que les dejen ganarse la vida. La que tienen no lo es; no hay futuro sin presente prometedor. Pero no son mercancías, legales o ilegales, a las que todo les está permitido. Ni dinero, que es volátil y pertenece a unos pocos.

Por uno de estos cruces, el del lado oriental del puente, acababan de pasar los cinco muchachos hondureños que encontramos esa mañana en la zona del Silencio, lugar peligroso de asaltantes, en un recorrido con el Grupo Beta Sur de Asistencia al Migrante, río arriba, a unos veinte kilómetros del lugar de su desembarco.

Me quedaron grabadas sus espaldas delgadas al descubierto, con las primeras vértebras salientes en uno de ellos, mientras una mujer, con su marido bañándose en el río, les lavaba la ropa y el calzado por unos pesos. Cuando son gente de bien, viven unos de otros, lugareños con migrantes.

Nos fumamos juntos un cigarrillo, hablando de la difícil travesía que les esperaba hasta Arriaga, donde iban a tomar el tren, con espíritu casi de misión, como nos dijeron, hasta el punto más al norte que alcanzaran.

joven de dieciocho años va a encontrar a su madre que, cuando él tenía cinco, se fue a Estados idos. Otro tiene un tío, otro a nadie. Sólo dos van por primera vez, los otros tres por segunda y tercera, y la última consiguieron llegar hasta Monterrey. Ahora van a cruzar por Piedras Negras y ya tienen un guía que los pase.

Les recomendamos que se aprendan de memoria los teléfonos o direcciones de contacto que llevan por escrito para evitar que se los roben y los utilicen para amedrentar y sobornar a las personas que los van a acoger.

Les deseamos buena suerte con la emoción de haber sido parte de ella.

LA FRONTERA DIFUSA

La frontera norte de México empieza en el sur. Sobre todo después de las restricciones del gobierno norteamericano a la migración, y del huracán Stan, que desplazó la estación de arranque en Ciudad Hidalgo del tren de carga de la compañía Chiapas-Mayab a trescientos kilómetros al norte, hasta Arriaga, casi en el límite de Chiapas con Oaxaca. El tren cruza en su trayecto una pequeña zona de Oaxaca y sigue su recorrido hasta Orizaba, Veracruz. Después, con cambio de locomotora, enlaza con otros ramales.

A partir de un cruce fronterizo arriesgado, a pie y a nado o vadeando el río, con o sin "pasadores" polleros, los migrantes inician una hazaña que merecería ser considerada una épica de los condenados de la Tierra de nuestros días.

El Stan devastó la zona en octubre de 2005, ampliando enormemente el cauce del río Coatán, destruyendo puentes y retorciendo hasta los rieles del tren. Ahora, para llegar a la primera estación, hay que recorrer a pie más de trescientos kilómetros siguiendo la vía, y sortear por los "caminos de extravío" la red de "puntos de verificación" fijos, y las "volantas", camionetas de control móvil, de las autoridades mexicanas de migración y de la policía sectorial o local que les cortan el paso en la carretera.

Los caminos de extravío son postas y pasto de asaltantes –pandilleros y diversas policías y autoridades– que los despojan de lo poco que llevan, y abusan de las mujeres. Puntos como el de La Arrocera y Montecristo son conocidos como el Cementerio de Migrantes. Hasta llegar a Arriaga, antes hay que andar muchas horas y días –unos diez desde la frontera– sobre las piedras y los durmientes de la vía férrea para no perder el camino, atravesar zonas de matorrales y fronda y exponerse a picaduras de animales a veces mortales. En medio de esta fauna y flora profusa y exuberante, amaga la jauría humana del hombre lobo del hombre, la más peligrosa y dañina.

Por carretera, estos nómadas inconfesos circulan en combis o colectivos y en autobuses de todas las clases, entre ellos los Tijuaneros, que en dos días y medio, y por mil 300 pesos, llevan a los que pueden pagarse el pasaje, en su gran mayoría mexicanos, hasta las diferentes ciudades fronterizas del ansiado norte.

El factor de mayor desigualdad en el mundo es el lugar de nacimiento. El nombre y el apellido, el color del rostro y las facciones exponen a los más afortunados que viajan por carretera a la arbitrariedad de las múltiples revisiones, de día y de noche, de las que sólo se libran algunos indocumentados con suerte (suponiendo que la mala suerte sea consecuencia de un acto humano y la buena suerte de una bendición divina, como lo creen casi todas las personas que emigran de esta región centroamericana). Porque en la travesía hacia el paraíso (perdido), se pasa por un limbo o un purgatorio, en ascenso y en espiral, y en zigzag, hacia el norte del infierno, a través del laberinto de trampas tendidas por el hombre y la naturaleza, en el que las Ariadnas sirven a veces con su cuerpo para franquear algunas verificaciones y extravíos. En el mejor de los casos, cuando delincuentes o judiciales no las violentan y dejan sin habla y sangrando en plena maleza.

SÁLVESE QUIEN PUEDA: EL TREN FANTASMA

El segundo límite sur de la frontera norte es Arriaga, lugar donde arranca el tren de carga de productos pesados convertido por necesidad en medio de transporte gratuito para muchos migrantes sin otros medios. Aferrados a salientes, escalones, pequeñas plataformas y cualquier asidero, a la intemperie, viajan en condiciones de debilidad física y de fortaleza anímica muchas mujeres y hombres en edad de merecer un futuro menos fatal que el que les está destinado. Algunos acaban muertos o con el cuerpo incompleto, como ellas mismas dicen, las mujeres con las que conversamos en el albergue para accidentados por el tren: "No estoy completa."

La mafia del tren que esta tolerancia a pasajeros inusuales y gratuitos ha generado –que no son tanques de gas ni furgones con harina, grava y otros productos–, es todo un fenómeno de criminalidad "no tipificada" legalmente, y de nudos en la red que lucra con las vidas de los migrantes. En los túneles, el tren se detiene y los asaltantes (también las maras) están al acecho. En los sueños a cielo raso, a algunos de los transportados se les aparecen espíritus de fallecidos en anteriores recorridos. En cualquier cabeceo o parada repentina del tren se puede perder la vida o algún miembro del cuerpo. Sin horarios previsibles o programables, el tren sigue su curso, y los migrantes lo agradecen porque es la única manera de no seguir a pie –tenemos pies, no raíces como los árboles, pero se fatigan– los casi 4 mil kilómetros que los distancian físicamente del sueño americano, tan cerca de su imaginación pero que nunca han tocado.

También en el albergue para menores migrantes del Instituto de Desarrollo Humano hay mutilados que recuerdan a ángeles caídos o a cuerpos poseídos por el diablo.

EL ENIGMA DE LA LLEGADA: MEMORIAL DE AGRAVIOS

Salir-cruzar-llegar parece ser el lema que los une a todos, una y otra vez. Porque México, como país de entrada y tránsito, es la única salida al norte.

Para el viaje ya no hay que hacer la maleta, a lo sumo se mete algo en una pequeña mochila. Como la que le compramos a uno de los migrantes en tránsito en una de las modestas tiendas de Arriaga que las tienen en oferta. Mochilas pequeñas, humildes, como por aquí se dice para significar sencillas, y casi ninguna impermeables. A pesar de la temporada de lluvias y de los múltiples ríos por cruzar en los que se les mojan los papelitos que llevan como toda documentación personal con algún teléfono o dirección imprescindible para orientarse al llegar. El sur frondoso y pluvial como reverso del árido desierto del norte.

Pero, ¿llegan?

Algunos no tienen documentos ni en su propio país y ni siquiera registro de su nacimiento. Inexistentes.

A muchos de los que sí los tienen, se los roban asaltantes o se los quitan las propias autoridades, junto con el poco dinero que llevan para subsistir. Por eso toman el tren fantasma con fe, como si sus rieles y durmientes señalaran el camino al cielo y ellos se contaran por una vez entre los favorecidos. Como dice Urs Jaeggi (El silencio del desierto): "En medio del infierno algo resiste y se mantiene como la mala hierba. Es poco y mucho a la vez. Protege del suicidio, de la desolación."

Tratados como extranjeros y como delincuentes, cuando son migrantes que ejercen su derecho a la libre circulación, son considerados un peligro, son el "otro". No hay marcha atrás, y aunque los regresan a los lugares de los que han huido, lo vuelven a intentar de inmediato.

LA ÚNICA SALIDA: MIGRACIONES FORZOSAS
Y RETORNOS FORZADOS

La estación migratoria de Tapachula, puerta principal de la frontera sur de México y Norteamérica, como reza el folleto turístico, ciudad auténtica por naturaleza, es de construcción reciente y un simulacro arquitectónico de cómo se debería tratar al migrante en una cárcel de paso.

Pero la fachada y los grandes espacios vacíos no bastan: la libertad es un bien inmaterial y no se ve, se ejerce. Los derechos son invisibles y los más fundamentales para el migrante –la libertad de circular, el no ser discriminado como delincuente por razones de origen, entre otras– son violados por las autoridades ya desde el lenguaje oficial que camufla la detención con el llamado aseguramiento, y la deportación con la llamada conducción en autobuses refrigerados con películas en español –directivos de migración dixit– que los dejan en la frontera de sus países centroamericanos después de haber mal comido –todos se quejan de lo mismo– alimentos medio podridos, corruptos en el auténtico sentido de una palabra tan común en nuestra sociedad, que son negocio para algunos funcionarios de esa cárcel hueca como un cascarón.

Es ganancia todo lo que se va dejando atrás.

Y a veces, con la plaga apocalíptica de las maras en El Salvador –y que ya están también en México–, la distancia es necesaria como protección, para salvar la vida.

El retorno forzado –regreso protegido o repatriación, entre otros eufemismos– es una experiencia amarga que devuelve a la población migrante a la boca del lobo de las penurias, de la violencia y las amenazas.

EL PARQUE COMO MERCADO

La plaza pública de Tapachula –el Parque, como lo llaman– es el lugar de la con-trata, mercado de trabajo y del cuerpo como mercancía, sobre todo del de las mujeres. En él se renueva y se incrementa la oferta y la demanda en términos de servidumbre doméstica y sexual a través de enganchadores, hombres y mujeres.

La demanda es incesante y se despliega en locales de servicio sexual de todo tipo: moteles, hoteles de paso, centros botaneros, cantinas y locales de table dance, a todas horas, diurnas y nocturnas.

A las menores o jovencitas "siempre hay quien las traiga". La voz migrante "instalada" en la zona de meseras y bailarinas, que en un noventa y cinco por ciento son centroamericanas, muchas menores de edad, todas pobres y la mayoría madres, tiene el tono y la tonalidad de la trata.

Condición sine qua non universal es no prestar este tipo de servicios en el país o la región de origen. ¿Qué nombre, fama u honor se preserva con ello? ¿O sólo en la tierra natal habría alguien que las rescatara? Las dos únicas mexicanas que encontramos, adultas y más entradas en carnes y experiencia, habían encontrado marido, eran solidarias con sus compañeras; una vivía una nueva vida con un buen hombre del lugar, y la otra se iba a casar con un marinero para irse a vivir a Mazatlán, en el puerto. "Allá me entrará la tristeza, pero me quiere y me mantiene", decía.

EL SILENCIO ES LA VOZ DEL CUERPO COMPRADO

En El Foco Rojo, un bar de Las Huacas, el barrio de bares y cantinas a las afueras de Tapachula, la Paquita nos atiende cuando invitamos a cuatro trabajadoras del local.

Ella se pinta los labios y se arregla la peluca y los pechos postizos, como en un "lugar sin límites". Nos pone las botellas de cerveza en la mesa y, a la segunda ronda, a ellas se las sirve más pequeñas, Coronitas. Para protegerlas y que no se les suelte la lengua, tienen que trabajar sobrias, tragando la sordidez de los cuartos en los que se "ocupan" y la precariedad de la pasarela de table dance por la que desfilan, menudas e infladas por sinsabores y mala alimentación.

MICHELLE O LA REPRESENTACIÓN IMAGINARIA
DE UNA VOZ COLECTIVA

En el table dance de más categoría en Tapachula, nos sentamos por tercera vez a una mesa tres amigas con un amigo. Invitamos a Michelle, una de las bailarinas que ya nos espera. Le vamos a proponer una entrevista.

Llega:

–Me voy a maquillar –nos dice, y nos saluda de beso.

Regresa y se sienta con nosotros:

–¿Cuántos años crees que tengo?

–No sé, treinta y dos –digo con todo el prejuicio de que las cabareteras interesantes son mujeres maduras.

–Tengo diecinueve–. Es muy bella, hondureña, color dorado de piel, suave, grácil, alta. Va vestida con el bikini de bailarina de pasarela de table dance.

–Yo no me quito la parte de arriba –nos dice–. Salí de Honduras a los dieciséis, a viajar, ya tenía un hijo y vivía por mi cuenta. Cuando se me acabó el dinero, entré de mesera en El Jacalito, pero es mejor aquí, aunque el dueño tiene muy mal gusto. A los seis meses de llegar fui a Honduras a buscar a mi hijo. Ahora tiene tres años. Acabo de tener otro hijo hace dos meses, y a los veinte días ya estaba aquí bailando.


Sonríe con pesar y triunfante, como si su cuerpo no fuera de ella sino de otra mujer que no ha pasado por un parto.

–Él es el padre de mi hijo –dice, señalando a un muchacho joven, flaco y alto, con un paliacate blanco y negro amarrado en la cabeza, que está barriendo la pista de la pasarela y limpiando el palo del show.

–¿Tú crees que él me permitiría trabajar aquí si me dejara tocar por los clientes? Yo hago lo que quiero. Ayer expulsaron a una compañera porque la agarraron con droga. Entre nosotras no nos llevamos bien. Aquí no nos ocupamos con los clientes, sólo en un hotel.

Aunque es obvio, y manifiesto, que la realidad es otra: las meseras atienden a los clientes sentándose en sus piernas. Además hay una jaula de vidrios ahumados que permiten ver desde fuera la actividad que realizan dentro los vip. Extraño privilegio para clientes hombres que desean exhibir su dominio y ser vistos sin que ellos vean a quienes los miran. Además, hay como garitas con cortinas negras en las que también entran clientes.

Es la tercera noche que vamos en grupo tres mujeres, visiblemente extranjeras para ellos, acompañadas de un amigo.

cliente, viajante médico, dice, o representante de laboratorios, canta "El rey", se gana el premio y nos envía una rosa a cada una de nosotras. Hemos observado gestos, tratos, sonrisas de ellas y de los clientes, y muy poco de lo que nos cuenta Michelle parece cierto. La tercera noche, cuando se sentó con nosotros a la mesa, la invitamos a "una copa", como nos pidió, no cerveza, la bebida más barata. Se tomó cinco whiskis con Tehuacán, cada uno a cien pesos, y a ella le corresponde la mitad de cada ficha, según dijo.

Nunca acudió a la cita que hicimos para el día siguiente frente a un conocido hotel de las afueras para después entrevistarla donde nos alojábamos, a pesar de que se iba a ganar la cantidad que nos pidió. El tono turbio y falso de la trata resultó ser el lenguaje de Michelle, atrapada sin salida.

EPÍLOGO

El planeta se calienta y las fronteras se desangran. Con el deshielo, se puede atravesar el Polo Norte en barco, pero las fronteras se han transformado en diques de contención para los migrantes, que son tratados como mercancías no rentables y son objeto de transacciones por dinero si quieren llegar a la tierra todavía prometida.

Las mujeres, en y a cambio, pagan con su cuerpo. Ellas protagonizan esta épica desde el lado más oscuro y con la naturalidad de quienes saben del uso y abuso a los que están destinadas por una discriminación actual y milenaria, a la que se agregan las de la pobreza y la de ser migrantes indocumentadas, algunas de ellas menores de edad. Y si además entran por la frontera sur, centroamericanas.

En la genealogía femenina centroamericana, las abuelas se quedan a cuidar a los nietos, y las hijas, ya muy jóvenes, parten, la mayoría no muy lejos, al Soconusco, donde se quedan para ganarse otra vida o perderse en ella. Algunas, en desproporción con el porcentaje de la migración femenina mundial que es del cincuenta y dos por ciento, se arriesgan, solas o en grupos con otros migrantes, y emprenden la hazaña hacia el norte. En el camino, también tienen que emplear su cuerpo, cuando no se apoderan de él asaltantes y otros hombres que controlan y se cobran así su paso.

En lo más recóndito de su ser, tal vez cada una de las mujeres migrantes que encontramos sueñe con llegar a ser algún día la tierra de la gran promesa para todos los suyos en un mundo nuevo y aguerrido y, por fin, justo.

Puntos vulnerables: La globalización en el continente más desigual del mundo

Hay que ser nómada, estar en camino, para ver y escribir sobre migrantes en tránsito. Viajamos por la frontera difusa, por carretera, en un vehículo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, acompañados por una mujer y un hombre, funcionarios en comisión.

El control de las fronteras está sujeto a la arbitrariedad, al azar del registro de los vehículos.

Pero las redes organizadas de los tráficos y los intereses creados son las únicas que evitan un control y una seguridad –palabra con nuevos significados que ha convertido las fronteras en "puntos vulnerables" y a los ciudadanos en sospechosos– que, si se aplicaran rigurosamente, harían imposible la circulación de mercancías y personas. Porque son los cuerpos, no las fronteras, los puntos vulnerables.

Los pases fronterizos son cruces incontrolables: si se revisara vehículo por vehículo en cualquier punto de la frontera norte, la cola de los detenidos llegaría hasta el Distrito Federal en unas horas.

Si la construcción del muro fronterizo por Estados idos no es muestra de amistad con nosotros, ¿de qué es prueba o muestra la red de canalización y desagüe de migrantes centroamericanos a sus países de origen construida en todo el país a base de racismo y corrupción?

___________________

En la Casa del Migrante

Datos tomados del Libro de registro de las mujeres que llegan a la Casa del Migrante de Arriaga, estación de salida del tren después del huracán Stan:

Aproximadamente 550 mujeres fueron registradas a lo largo de 2006. La edad de las migrantes va de los dieciséis a los treinta y cinco años. Los países son siempre Honduras, El Salvador, Guatemala y sólo alguna de Nicaragua.

Grado de educación: una herida abierta tan grave como la de la pobreza.

El estado civil y el número de hijos, unidos a la edad, forman un retrato de familia con madre joven y padre que brilla por su ausencia. Predominan las solteras con hijos, varios.

La religión —todas cristianas— es indicio de en cuál encuentran al Dios más compasivo.

Los oficios y trabajos son herencia de una discriminación que confina a las mujeres al terreno doméstico al tiempo que las relega respecto de los hombres hasta en la alimentación, aunque son el sostén familiar.

Estado de salud: agotamiento, cansancio, dolor de cuerpo.

Embarazo, se lastimó el vientre. Molestias.

Pies, pies, pies, con ampollas.

Problemas en el camino:

-Robo en La Arrocera y violación por un delincuente armado con cuerno de chivo. Estado de salud: bien (!).

-Violación en La Arrocera. Robo de 500 pesos.

-Violación en La Arrocera. Robo de mil 500 pesos.

-Asalto por militares en frontera, 850 pesos.

-Secuestro por judiciales no uniformados. Fue extorsionada.

-Robo por policías vestidos de civil en caseta oficial


Memorial de agravios I

Antes de tomar el tren

Benedicto es guatemalteco y tiene aproximadamente veintiocho años. Ha pasado ya dos veces al otro lado.

Es analfabeto, pero en Estados Unidos un amigo le enseñó a dibujar su firma, sólo con el primer apellido. Ahora esta habilidad podrá servirle para la queja que quiere hacer ante la funcionaria de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, porque está trastornado, no soporta el recuerdo del estado en que vio por última vez a Marilú, una migrante del grupo que quedó en el camino. Ahora él es el único testigo de lo sucedido.

Nosotros veníamos con dos mujeres, éramos cuatro en total y dos mujeres. Veníamos tranquilos, pidiéndole a la gente y trabajando también. Veníamos nosotros tranquilos.

No se muevan, nos dicen, somos de la judicial, y empiezan a contar uno, dos, tres, cuatro, ya está lista la combi para que se regresen. Pero no nos montaron a la camioneta, sino que nos arrinconaron y nos pusimos con las manos en alto. Quítense todo lo que tienen en la bolsa del pantalón.

Yo traía cuatrocientos pesos y cien dólares. Agarraron a uno de nosotros y le pegaron con la cacha de la pistola. Me lo botaron al suelo, nos quitaron el pantalón. Con el respeto de ustedes, nos quitaron todo. Yo no sabía qué hacer, estaba..., hasta lloré, lloré. Ya para llegar acá a Mapastepec, otra vez nos salieron ellos, encapuchados. Pero nosotros les vimos la placa de la policía judicial.

Ahí es donde agarraron a una chamaca de nosotros y se la llevaron. A medio kilómetro la encontramos y no la quisimos tocar, estaba sangrando, no quería hablar. La habían violado. La llevó el grupo Beta y luego la migración, pero no sé qué hicieron con ella, si estará en el hospital. Estaba bien golpeada. No se llevaron a las dos, sólo a ella que era hondureña y estaba bien bonita. La otra no, era igual a una mexicana, se confundía. Por favor, ayúdennos, hablen. A las chamacas se las llevaron y no sabemos nada de ellas. Los otros dijeron que se iban a regresar mejor. Se asustaron y no quisieron seguir. Se fueron caminando porque no tienen dinero, no tienen nada.

Este es el sistema, ¿por qué la autoridad está abusando de las mujeres? A veces hasta de nosotros, nos abusan.


Memorial de agravios II

Paola, diecisiete años, hondureña, madre separada.

Salí de Honduras, de Tegucigalpa, el 14 de septiembre. Estábamos rodeando Tapachula para que la migra no nos agarrara. La gente nos ayudó con comida y agua, a veces con dinero, a veces no. De Tapachula acá hemos venido caminando toda la línea del tren. Nos corretearon una vez de migración, pero nosotros salimos a toda pastilla; estaban escondidos como en el monte, uniformados. Éramos cuatro en el grupo, ellos eran como diez. Llevaba sandalias a ratos porque no aguantaba los tenis; en las vías del tren duelen bastante los pies, se te ampollan. Mi padre se fue con pollero desde allá. Ya había ido una vez, lo deportaron de Estados Unidos, después se volvió a ir, pero ya con el hermano de él. He cruzado la frontera de Honduras, la de Guatemala y la de aquí. Ha sido difícil, como yo soy menor de edad no me dejan pasar, tengo que rodear. No me dejan pasar a menos que dé dinero, te cobran para dejarte pasar. Denme trescientos lempiras y la dejo pasar. Era saliendo de la frontera de Honduras. Y allí hallamos a otro hondureño que era migrante y traía dinero y nos dio el pasaje a Guatemala, y le dijimos al hermano de él que nos mandara el dinero y tardó tres días. Mi hija se llama Natalie. Fue bien duro despedirnos, yo a ella la adoro, la quiero mucho; dejarla se me hacía bien difícil, pero la necesidad, a veces hay que seguir este camino.


Memorial de agravios III

En el Albergue del Buen Pastor, Tapachula.

Alma, veintinueve años y dos hijas, hondureña.

Lo primero que dice es: "No estoy completa" [le faltan las piernas]. La verdad es que uno para salir del país siempre es por los hijos. Para nosotras el sueño de llegar a Estados Unidos no es por aventurarse, sino que es por ir a trabajar. En mi caso era comprar la casa para mis hijas. Antes, cuando salía el tren de aquí, de Tapachula, venía pitando, haciendo escándalo. Los rieles tiemblan cuando se acerca y poniendo el oído en la vía se le oía llegar.

Eva, veintiocho años, cuatro hijos, el último concebido después de la mutilación.

Alma y yo ya nos conocíamos desde que estábamos buenas las dos, éramos amigas. Como a los dos meses nos dimos cuenta de lo que le había pasado a ella y yo estaba buena. Y a pesar de lo que le había pasado, yo me vine y no tuve valor de ir a verla, sino que me vine. Desde las dos de la mañana estábamos esperando un tren, cruzar, y pasó y yo no lo pude agarrar. A mí me empujaron y cuando me agarré me empujaron y allí fue donde me destrozó los dos pies. Estuve como cinco horas tirada allí para que me auxiliaran, y todos los que iban conmigo se fueron y me dejaron allí tirada. Entonces pasó un señor y me dijo, no te preocupes, yo te voy a ayudar, me dice, que te van a levantar de aquí porque yo solo no voy a poder, me dice, y se fue a buscar ayuda. Pero costó de que llegaran. Yo estaba bateada en sangre, ya ni les esperaba de que iban a llegar. Como a las cuatro o cinco horas llegaron, eran de migración, pues sí, me levantaron. Era una parte sola donde yo estaba, sólo el tren, y pues me llevaron a un hospital de Acayucan. Ahí estuve cinco días internada inconsciente, y ahí estuve cinco meses. Después me trasladaron a Coatzacoalcos y ahí estuve casi tres meses internada. Donde yo me caí se cayó también otro muchacho que tenía veintiún años, pero a él lo mató el tren. Venía con nosotros también, no se pudo agarrar bien y cayó. Cuando veníamos, también a dos muchachas las violaron, y los que venían conmigo me ayudaron a mí porque nos iban a agarrar a todos y sólo porque dos muchachos defendieron a las dos muchachas porque las violaron, los mataron a ellos, salvadoreños, porque defendieron a las muchachas. Los tiraron así en el monte y allí los dejaron tirados. Y yo vi todo eso cuando los mataron. Yo a veces sueño despierta todo eso que pasó y me parece que fue ayer, y a pesar de que hace tres años no se me borra, y creo que no se borra eso. A veces siento el dolor de cómo fue el primer día, todo eso lo siento, que he visto el tren así en mi mente, no se me quita.


Memorial de agravios IV

En la estación migratoria de Tapachula (inm).

Cindy, salvadoreña, diecisiete años. El padre de Cindy es empresario-transportista y la mara lo extorsiona con ochocientos dólares a la semana. Su hija es rehén si no los paga.

Nos agarraron antes de llegar a Monterrey, pero los demás pasaron. O sea que ellos tenían dinero, les iban quitando más dinero. Los han detenido una vez pero los han preparado de una caseta a otra. Yo les llamo cárcel a los lugares en que estamos ahorita [la estación migratoria]. Con mi tía de Estados Unidos no me he comunicado para no afligirla, me estaba esperando, ella me dio tres mil dólares. Me hubiera gustado ser periodista, locutora de radio, me gusta la música. De bachillerato tenía un amigo que era gerente de un Campero, de un restaurante que se llama Campero. Me iba a dar trabajo, pero siempre el miedo. No puedo empezar otra vida porque me tengo que esconder porque continúa buscándome la mara. Tengo que volver a Estados Unidos, no puedo dejar el dinero, es la primera vez. Mi tío al cuarto intento pasó. Él viajaba por tren. Yo no he sufrido, pero él ha sufrido, mi tío. Tengo que seguir adelante. Somos muy luchadoras las salvadoreñas, demasiado.

Reina, madre guatemalteca, veintiocho años, a punto de ser deportada a Guatemala con sus dos hijos de siete y nueve años.

Mi marido está en Chicago, tiene trabajo en la noche de hacer limpieza en MacDonalds. Me dijo: "Tú primeramente Dios vienes aquí, uno trabaja de día y el otro de noche y así voy a dejar un trabajo Reina", me dijo. Él, primerito estuvo allí tres años, luego se vino, él vino y estuvo aquí con nosotros dos años, pero él se dio cuenta de la situación cómo estaba y más que nada, en la fábrica de maquila aquí en Guatemala. Yo coso, y me puse a trabajar cuatro años y todavía estaba trabajando cuando él me dijo que dejara de trabajar porque los niños se quedaban solos todo el día, los llevaba al colegio a las seis de la mañana y me iba para mi trabajo. A mediodía se iban solitos para la casa, estaban toda la tarde. Yo ganaba ochocientos quetzales [unos mil pesos mexicanos] a la quincena, y llegaba las diez y media y a las once y media de la noche.

La niña: Yo ya tenía mis útiles.

El niño: Yo quería ir a la escuela en Estados Unidos.


Algunos datos

De un total de aproximadamente 350 mil migrantes que entraron por la frontera del Soconusco a México en 2005, fueron deportados 236 mil por el Instituto Nacional de Inmigración, 56 mil por la Border Patrol, 10 mil se "diluyeron" por el país, y 40 mil lograron cruzar a Estados Unidos.

Centroamérica (sin incluir Costa Rica) tiene 22 millones de habitantes. Según estadísticas oficiales de algunos gobiernos, un cuarenta y dos por ciento de los centroamericanos está o tiene parientes en Estados Unidos.

P. Flor María Rigoni, desde el Albergue Belén en Tapachula, y Premio Nacional de Derechos Humanos 2006, afirma: "Desde que empecé mi trabajo con migrantes en Tijuana, hace veintiún años, cuando la edad promedio de la población migrante era de 29.6 años, ha bajado a 20.9. En veinte años, el promedio de gente que cruza tiene diez años menos, son de a tiro muchachos, muchachas."


Testigo I

Doctora Lucía G. Osuna Sánchez. Centro de Salud de Mazatán, a 20 km de Tapachula, donde trabajadoras en bares y cantinas van a revisión obligatoria todos los viernes.

Noventa y ocho por ciento de las mujeres que son meseras o de servicio sexual son centroamericanas —guatemaltecas, nicaragüenses, hondureñas, salvadoreñas— y la mayoría de ellas viene buscando una vida con más remuneración económica porque ya no tienen donde trabajar. Y hay muchas de estas muchachas que me comentan que, separándose del esposo, la familia no las recibe y ellas tienen cierto número de hijos y entonces tienen que salir a buscar el sustento para ellos, y por eso están migrando para acá, para la zona del Soconusco, más que nada porque hay abundancia de establecimientos. La mayoría trae esa mentalidad de irse hacia el norte, de pasar la frontera, pero regularmente no logran pasar porque migración ahorita está bastante fuerte, las retienen y ya optan por quedarse establecidas en un lugar. Aunque aquí la mayoría de ellas son traídas físicamente ya para un bar. El dueño del bar, del establecimiento, con las mismas trabajadoras que ya tiene se va a San Salvador o de donde sean originarias las trabajadoras, contactan a las demás muchachas y las traen para acá, directamente ya las traen, sin que pasen ningún otro municipio, ninguna otra localidad, las traen ya directamente para trabajar en los bares, y muchas de ellas son engañadas porque les dicen que van a trabajar en un restaurante y, ya en la comunidad, se encuentran con que no es un simple restaurante, sino que es un bar, y no solamente un bar, sino que es un prostíbulo en el cual tienen que prostituirse. La mayoría de ellas acepta quizás porque no tiene cómo regresar o quizás por la necesidad de tener un ingreso económico para sus hijos. O muchas porque son mujeres golpeadas, son mujeres que han sufrido violencia familiar en sus países y dejaron al esposo, dejaron a sus hijos y migraron para acá, precisamente para huir. Esa es la problemática que tienen ellas, huir del maltrato físico al que están expuestas.

Las traen engañadas y las explotan esclavizándolas. En muchas ocasiones se quejan de los clientes, el hombre acá es muy machista, no le gusta utilizar el preservativo, porque a todas ellas se les ha dado talleres en los cuales se les da a conocer la importancia del preservativo, y muchos de los hombres no quieren, no lo hacen, les ofrecen más dinero para que no lo utilicen, pero muchas de ellas ya están conscientes de que quieren usarlo por todas las enfermedades de transmisión sexual que hay, y los índices de sida que están aumentando. Ya se ha encontrado casos, no solamente de vih como portadores, sino de sida, ya de la enfermedad, lo que hace pensar que hace muchos años adquirieron la enfermedad pero no fueron localizados como portadores y ya transmitieron la enfermedad a otras personas. Se les sensibiliza de que están muy expuestas a este tipo de enfermedades y a otras, como son gonorrea, papiloma, las más comunes de las ets, que pueden evitar utilizando preservativos, y muchas por el hecho de no querer usar el preservativo el cliente, son golpeadas, han venido con moretones, con golpes en el cuerpo, y al hacerles las preguntas entonces se ve que tal vez el cliente se molestó, están a las órdenes del cliente.


Testigo II

Padre Flor María Rigoni. Albergue Belén para migrantes de paso, Tapachula.

Sobre la mujer hay unos elementos muy tristes y nosotros descubrimos por lo menos tres casos:

Primero que hay grupos de migrantes centroamericanos que vienen de pueblitos de la sierra, del campo, y se vienen hasta cuarenta hombres jóvenes con siete u ocho mujeres a las que claramente usan como pasadoras. Y esto es una realidad muy triste, y en esto chocamos con una ignorancia que da tristeza. Por ejemplo, hablando de la posibilidad de ets y de sida: no todos están enfermos; "no me tocará", piensan; no quieren con el guante o con el condón, y van a la aventura a pesar de que es la única forma de estar protegidas y de poder avanzar.

El otro caso es el de las muchachas: tuvimos tres casos de muchachas muy jovencitas, embarazadas, menores dos y otra de diecinueve años, que dieron 10 mil dólares para que las llevaran al norte. "Y cuando doy a luz entrego al niño", dicen. Lo que nos llamó la atención fue que las tres mujeres que las acompañaban ni una era mexicana ni centroamericana: una era colombiana, otra puertorriqueña y otra cubana. Las tres hablaban muy bien inglés y la duda era que probablemente fuera un tráfico de órganos, porque la adopción la puedes hacer sin arriesgar todo esto. De órganos y tal vez de placenta. Querían ir a la frontera norte. Cuando las descubrimos, yo me enfrenté: si no te vas, te echo, tengo mis dudas muy claras. Se puso a llorar. "Es cierto", dijo.

La presencia de Esther [subdirectora del albergue] es muy importante porque con hombres, y con el padrecito menos todavía, no se confían, mientras que la mujer tiene una percepción muy distinta.

Tercero, lo de la trata no pasa por acá, digamos. Podemos ser testigos y cuando damos las pláticas, los migrantes saben mucho más de lo que yo sospechaba. Es un tema que es tabú, pero que saben que se da y que ellas aceptarían, porque a final de cuentas sales de una miseria, sales de ser nadie, te vistes bien, la moda tiene su valor, el dinero, que parece fácil al comienzo, también es otro incentivo.

Me duele decirlo, pero es casi aceptado, inclusive dentro de algunas culturas indígenas, que el papá o la familia diga: "Te vendo". Es un trabajo como otro.

Entre los mixtecos en Baja California, en cultivos de fresa o de tomate, niñas de doce o trece años eran vendidas por 20 y 30 mil pesos. De menos de doce también, hasta de nueve años. Con el cambio de niña a mujer ya son vendibles. Es el valor de la maternidad, el que te pueda dar un hijo. Aspectos concretos de cómo las enganchan en sí no sé. El problema muy serio que nos ha detenido en el desarrollo del proyecto es que no hay una legislación en México, y nos encontramos continuamente con este nudo, porque sin un marco jurídico ningún cuerpo de policía está autorizado o se siente con el poder de hacerlo. Se puede hacer por lenocinio, estupro, pero no hay un marco más amplio que nos permita decir que estamos ante la trata.

El único que los para es el grupo Beta de Atención al Migrante [del inm], como una opción personal y circunstanciada aquí. Si un cuerpo de policía se opone, el Beta se retira. Hay una red de mafias donde migración, policía y todos están tramados.






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