Las generaciones de posguerra tipo El americano impasible, de Graham. Greene, o El buen pastor, de Robert de Niro, iban “salvando” a la democracia de país en país. No que no tendieran hilos internacionales, sino que montaban sus guerras una por una, no todas juntas como en el actual status bellicus del mundo. De Corea a Somalia, administraban la guerra frígida. Igualmente, Estados Unidos dejó atrás su industria de golpes de Estado en Latinoamérica, y no por falta de ganas, de Guatemala en 1954 al cono sur en los años 70 y 80, que no fueron guerra sino “diplomacia”.
No que ahora el frenesí de guerras se le ha vuelto viruela. Tras incubar freedom fighters y Osamas, de un tirón el imperio se hunde a todo en Afganistán e Irak, prende una vela en Irán y atiza la hoguera de Israel en territorios palestinos, siembra tempestades en Kosovo y misiles en Europa central. Ahora empuja a Colombia a patear la mesa, a ver si pega, para salpicar a los inmanejables Ecuador y Venezuela, en una zona sudamericana ampliamente salida de su huacal.
Acusar de populismo a los modestos “socialismos” latinoamericanos no le basta. Ya no es tan fácil incubar cuartelazos, pues los pueblos han cambiado y ellos son los que tiran y ponen gobiernos: Ecuador, Bolivia, Venezuela. Y aunque el efecto se ha diluído, también lo hicieron Argentina, Brasil y de manera más chirle Uruguay. Lo de Perú sigue siendo una triste farsa (como lo sería aquí el eventual retorno del PRI-basura), como a fin de cuentas farsa es la jauja neoliberal de Chile y su gesticulante “democracia”. Paraguay sigue en veremos.
Cuba, una vez más y como hace 50 años, se cuece aparte, y su revolución institucionalizada, pero en resistencia sostenida, sigue teniendo más vidas que un gato, para rabia de sus eternamente frustrados enemigos. Y su influencia en la nueva Sudamérica es significativa.
El descaro bushiano hace malabares, urgido de gasolinas económicas y ganchos electorales para mantener funcionando sus oxidados engranes morales y materiales. Mantienen el “alma” del imperio dos tristes certezas: no hay mejor negocio que la guerra, y tienen a Dios de su lado.
Con irresponsabilidad criminal, y gobernantes que son agentes suyos como los de Colombia, Pakistán y Kosovo, el imperio dispone de naciones, fronteras y pueblos, y combatiendo los nacionalismos soberanos juega con las bombas del patrioterismo ajeno. En la ex Yugoslavia eso adoptó un estilo siniestro. ¿Qué intenta en el norte de la América austral? ¿Un amplificado “efecto Malvinas”?
¿Un nacionalismo patriotero en la devastada, pero rica Colombia (dos millones de desplazados, genocido de indígenas, una “guerra civil” con un gobierno paramilitar y paranarco)? ¿Pudrir, al grito de patria o muerte, la vecindad con Venezuela y Ecuador, arrastrarlos a su lógica y hacerle el trabajo de cañería al imperio que quizá apuntale a los “autonomistas” ricos de Bolivia?
Bueno, estos pueblos han demostrado en la década reciente que no son “fichas” del imperio. Qué queda sino confiar en su sabiduría de pueblos para evitar el incendio.
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