Miedo, frustración y rabia, eso es Oaxaca hoy. Hace un año, al visitar Oaxaca, Carmen Aristegui señaló que “no se puede hablar de desterrar el odio y la violencia cuando los abusos documentados por un organismo internacional no han sido aclarados ni castigados… ¿Cómo se va a expresar la inconformidad social, que no fue resuelta, sino únicamente acallada?”
Desde entonces, comisiones locales, nacionales e internacionales de derechos humanos siguieron acudiendo a Oaxaca. Desde grupos independientes hasta los más altos niveles de Naciones Unidas exhibieron públicamente la documentación abrumadora del horror. Sin resultados.
Para los padres de Brad Will es incomprensible que tanto las autoridades locales como las federales sigan entretenidas en hipótesis descabelladas sobre el asesinato de su hijo. Ante su incapacidad y falta de voluntad pidieron a la APPO la aportación de nuevas pruebas. Esclarecer ese crimen, señaló su abogado el 28 de febrero, “puede ayudar a resolver los otros 23 asesinatos que permanecen en la impunidad”.
“Me desaparecieron a uno de mis hijos”, me dice una señora. “Si lo digo públicamente me desaparecen al otro.” Como ella, muchas personas están paralizadas de miedo. La estrategia de intimidación afecta a mucha gente, cuyo temor aumenta por la continua represión y la presencia constante de toda suerte de policías. En sitios claves de la ciudad de Oaxaca, durante la Semana Santa, hubo por momentos más policías que turistas.
Sin una transformación política profunda, señaló el 14 de febrero Marcos Leyva, ex consejero electoral y director de EDUCA, habrá “estallidos sociales muy graves”. La actitud de las autoridades, advirtió, implica “echarle más gasolina a la lumbre”. Se trata de una “simulación” para que “se mantenga el sistema autoritario y esta manera perversa y vertical de hacer política” –la que lleva, por ejemplo, a que las elecciones de dirigentes del PRD queden en manos del gobierno local.
“La inseguridad pública”, advirtió Francisco Toledo el 15 de marzo, “tiene en vilo a la ciudadanía…” Desde 2006, agregó, “los sueños de la mayoría de los oaxaqueños se convirtieron en una pesadilla. Sigue latente el miedo a que el odio y la violencia, con su secuela de destrucción y miseria, se apoderen de nuevo de Oaxaca y nos hundan en la barbarie”.
Los ciudadanos están en vilo por la inseguridad, como dice Toledo, pero también por la perspectiva. Se informa todos los días de muertos, desaparecidos, golpeados, heridos… En cualquier momento las confrontaciones violentas pueden alcanzar dimensiones que escapen a todo control. No hay exageración en quienes anticipan formas de guerra civil.
Lo asombroso, en estas condiciones, es que la esperanza siga viva. La estrategia de intimidación no ha logrado liquidarla. “Por encima de estas visiones inquietantes”, señala Toledo en una carta, “está nuestro sueño pleno de amor y de esperanza”. La misiva recoge todos los días firmas de oaxaqueños que desean sumarse a ese sueño.
La esperanza, que es esencia y motor de los movimientos populares y se redescubre cada día como fuerza social, se mantiene en Oaxaca y define al estado como territorio en rebeldía, entregado a la imaginación sociológica y la creatividad política. Desde abajo y a la izquierda se tejen continuamente nuevas iniciativas para recomponer el tejido social desgarrado por la polarización exacerbada que dejaron los hechos de 2006 y para impulsar la reorganización de la sociedad.
Algunos sectores se han acostumbrado a la idea de que nada cambiará en los próximos años, que Ulises Ruiz seguirá ocupando la oficina del gobernador hasta el fin de su periodo y Felipe Calderón lo seguirá sosteniendo, así sea con alfileres. Pero nada puede contener la esperanza de cambio y la decisión de convertirla en realidad que cunden por todas partes.
¿Y la APPO? ¿Cuánto pesa la APPO en este panorama? ¿Dónde está la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca que en 2006 asombró al mundo con su comuna? Está donde ha estado siempre: entre la gente, a ras del suelo, en hombres y mujeres concretos que hace dos años sacaron fuerzas de flaqueza para articular sus empeños de transformación. Apenas se le ve en las reuniones ocasionales de algunos consejeros estatales de la APPO, por lo general dedicados a desahogar sus conflictos internos y a impulsar las agendas de sus organizaciones. La APPO está en los pueblos y en los barrios, en su fiebre de transformación.
Junto al miedo, la frustración y la rabia, en Oaxaca se intensifican los ejercicios de acción y reflexión que preparan lo que sigue. Mayo será un mes caliente. Los sedimentos de la experiencia de 2006 se harán valer.
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