–¡Te llegó tu hora, pinche pendejo! –le gritó el militar, cortando cartucho.
–¡Te va llevar la chingada! –le dijo, otro, propinándole un puntapié directo a su costilla lastimada.
–Disparen, ni modo, ya me tocaba… –respondió, el hombre, tirado de bruces, con los ojos vendados.
–… Ah… ¿no tienes miedo? –insistieron, burlándose.
–¿Te crees que tienes muchos calzones?
–Si, tengo, después de que me maten, se los presto…
Alfredo Piñón Valenzuela tiene 72 años. Desde hace más de 30 vive en la parte alta del Lomas del Poleo. A pesar de su edad, es un hombre fuerte. Valiente, también, como los viejos pobladores del desierto.
El viernes 10 de octubre, una partida de entre diez y quince soldados lo apresaron en su casa. Llegaron como a las cinco de la tarde. Empujaron la puerta y se metieron. Le preguntaron si él era Alfredo Piñón. El respondió afirmativamente. Le gritaron si sabía a qué iban. El les dijo que “de seguro” los había mandado Zaragoza. Revolvieron todo. Le dieron vuelta a la cama. Hurgaron el ropero improvisado de la casa y le mostraron una pistola calibre 45 y una pequeña bolsa con cocaína. Un soldado, chaparro y corpulento, le enseñó un envoltorio con mariguana y una piedra.
–¿Esto es tuyo? — preguntó el militar, que al parecer iba al mando.
–Yo no fumo esa chingadera, respondió, Piñón, encabronado.
–Pero la vendes, –acusó, el militar.
–Saben bien que eso no es mío. Es de ustedes —replicó el colono, propietario únicamente de una vieja escopeta, calibre 22, que usa de vez en cuando para cazar liebres en el desierto.
“Me sacaron de la casa, me vendaron los ojos y me subieron en una de las dos camionetas en que habían llegado”, denuncia Piñón, un día después de su arresto ilegal. “En el trayecto me golpearon. Me patearon las costillas, pero se cuidaron de no tocarme la cara”. Después de pasearlo por la ciudad, lo condujeron a una de las mazmorras del cuartel militar, allá por el CERESO. Durante horas lo interrogaron. Le preguntaban siempre lo mismo. Querían saber dónde había conseguido la escuadra 45 milímetros que ellos mismo le habían sembrado. Después, recuerda, llegaron otros hombres, quienes lo trasladaron presumiblemente a las instalaciones de la PGR, donde siguió el suplicio. Allí se dio cuenta que estaba detenido otro vecino suyo, Martín Gabino, quien había sido sacado de su casa a empellones y a la fuerza, pesar de los gritos y la resistencia que opuso su mujer. Martín Gabino, fue detenido casi a la misma hora que piñón, sólo que por otra partida de militares.
En su denuncia, Piñón señala que siempre estuvo vendado de los ojos después de que lo sacaron de su casa, por lo que no sabe si fueron los militares o los federales, a quienes supuestamente lo entregaron, los que al final lo llevaron a un basurero, a las afueras de la ciudad, cerca de PEMEX, donde lo tumbaron al suelo y le cortaron cartucho. “Pensé que me iban a matar, pero sólo me volvieron a patear, se burlaron de mí y me abandonaron¨. Alfredo Piñón, cuenta que se levantó como pudo, caminó un buen rato, hasta que encontró una vivienda alumbrada. Allí pidió el teléfono para comunicarse con uno de sus hijos para que lo regresara a su casa. Eran ya las dos de la madrugada, del sábado 11 de octubre.
La historia de Martín Gabino, otro habitante de Lomas del Poleo, detenido en iguales circunstancias, pareciera ser la misma. Igual que a Piñón, los militares lo acusaron de poseer armas y drogas. Ambos, nunca fueron puestos a disposición del Ministerio Público Federal, encargado de investigar el tipo de delitos por los que los acusaban. A Martín Gabino, aunque lo golpearon menos, también fue torturado sicológicamente. A este le advirtieron que lo mismo le ocurriría “a todos los colonos que no quieren bajarse”. Y esta amenaza no tuviera sentido, si Alfredo Piñón y Martín Gabino no fueran parte de un grupo de más de 50 familias que desde hace más de cinco años resisten un brutal acoso por parte de los empresarios Pedro y Jorge Zaragoza, interesados en despojarlos de sus tierras.
Desde ese tiempo, los vecinos de Lomas del Poleo, padecen un cerco de alambre de púas con que esa familia poderosa encerró la colonia. Además de este muro que los asfixia, en su asentamiento existe la presencia de guardias particulares, quienes vigilan celosamente cada uno de sus movimientos, niegan el acceso a proveedores de artículos básicos y cortan el paso a sus parientes y amigos cercanos. Ahora, con la detención ilegal de Martín Gabino y Alfredo Piñón, apenas el viernes pasado, sobre esa colonia se cierne otra amenaza, quizá aún más peligrosa: la instrumentación por parte de los capataces de Pedro y Jorge Zaragoza de una nueva estrategia que consistiría en señalar a los colonos como autores de delitos federales –particularmente, de posesión de armas y drogas–, con el objetivo de que el Ejército entre a la colonia, detenga indiscriminadamente a sus pobladores y así termine con la resistencia. En este caso, los militares se encargarían del trabajo sucio que ya no pueden hacer holgadamente los guardias blancas, pagados por esta familia acaudalada, quienes desde hace varios meses se encuentran en la picota pública. Pese a todo, los colonos que aún quedan allá arriba, se dicen listos para enfrentar este nuevo embate. (Juan Carlos Martínez)
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