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jueves, marzo 26, 2009

Lomas de Poleo: Tan cerca (s) y tan lejos de Juárez

Revista Milenio

* REPORTAJE HUÉSPED- Revista Universidad Autónoma de Ciudad Juárez

JUAN CARLOS MARTÍNEZ

Cuando uno recorre en vehículo la zona marginal del norponiente de Ciudad Juárez, conocida como Anapra, sobresale un filón alto y extenso de puro caliche que a la distancia y bajo las sombras de cualquier noche pareciera un enorme animal echado que cuenta con infinita paciencia las luces minúsculas y lejanas que alumbran la vida monótona de Sunland Park.

Sobre el lomo de este extendido macizo, se escribe hoy una parte de la historia de esta frontera. Una historia de lucha y resistencia en contra de la arrogancia del dinero. Una historia de los de arriba en contra de los de abajo. Una historia de asedio atroz en contra de aquellos que se niegan a ser pisoteados por la ambición desmedida de primitivos colonizadores, a quienes el poder reconoce hoy el merito providencial de ser los caballeros de la modernidad y del desarrollo.
Para sus pobladores, Granjas Lomas del Poleo ha sido siempre una especie de mirador de esta frontera. Aireadas y luminosas, marginadas y duras, sus tierras son hoy escenario de una desigual disputa donde, como siempre, sus habitantes han cargado con la peor parte. Desde mayo del 2003, esa colonia --y sus casi 380 hectáreas--, permanece cercada con postes de concreto y alambre de púas, en un caso inédito, al menos para esta frontera, en el que a sus residentes se les impide ser visitados por familiares y amigos cercanos.

Extrañamente, en un régimen que se proclama democrático y se dice partidario del Estado de derecho, dos particulares, empresarios, vinculados a los negocios de distribución de leche, gas, gasolina y a las inversiones inmobiliarias, levantaron, al parejo de este cerco ignominioso, tres torres de control e irguieron, con toda impunidad, un portón de fierro gris, donde guardias armados y sin registro alguno en los aparatos de la policía local, vigilan celosamente el movimiento de los colonos.

Como en las más horribles películas de gánsteres, a las puertas de la colonia, feroces rott weiller ceban al miedo. A cualquier hora del día, sus siluetas torvas y amenazantes detienen el paso de cualquier extraño que se aproxime al lugar. Sus ladridos fatalmente nos recuerdan, en plena era de la comunicación satelital, el rastro de segregaciones antiguas que con su sello iracundo infamaron la historia. Hoy esos mismos ecos malogran cualquier posibilidad de futuro y retratan el espíritu perverso de estos dos prohombres del empresariado fronterizo de nombre Pedro y Jorge Zaragoza Fuentes, quienes, por medio del acoso y el agotamiento al contrario, han llevado adelante su pretensión de despojar de esas tierras a un grupo de colonos precaristas, cuya afrenta mayor radica, también, en arrebatarles su estatus ciudadano.

Por órdenes de estos negociantes, que al parecer gozan de protección en todos los niveles de gobierno, los guardias, apostados en la caseta principal de control, obligan a los colonos a identificarse con credencial de elector y siempre que éstos retornan a sus casas, las cajuelas de sus automóviles son meticulosamente revisadas. En los últimos dos años, Pedro y Jorge Zaragoza Fuentes, afamados en los medios de comunicación local por su filantropía, y cuya caridad pública es alabada en privado por el obispo de la Diócesis de Ciudad Juárez, Renato Asencio León, han prohibido, en contra de sus creencias pías, que los habitantes de Lomas del Poleo introduzcan a sus parcelas comida para sus animales de crianza.

Por si eso fuera poco y como si a esta ciudad no le bastara con la ola de violencia que la mantiene desquebrajada, en ese punto olvidado de la frontera no sólo ha desaparecido el derecho al libre tránsito, sino, además, peligrosamente, se ha alentado la aparición de un singular polo fáctico de poder, que en sustitución de las atribuciones del Estado, ha negado a estos pobladores el derecho de reconstruir sus viviendas, después de que la mayor parte de éstas quedaron seriamente dañadas y, por lo menos, otras 150 fueron destruidas, en los cinco años que van del conflicto.

En el fondo de esta historia, se encuentra el interés de estos inversores, asociados hoy a capitales transfronterizos, de desarrollar en esa porción de la ciudad grandes negocios, relacionados con la industria aeroespacial y automotriz norteamericana, después de que la región Juárez-Nuevo México alcanzó relevancia con la detonación del proyecto Santa Teresa-San Gerónimo. En el centro de este lance está en juego un volumen de ganancias millonarias por las que sus apostadores están dispuestos a ir con todo.

Las 380 hectáreas que ocupa la colonia Lomas del Poleo, están ubicadas justamente a un lado de la línea fronteriza con Nuevo México, y uno de sus linderos corre paralelo al vasto predio, propiedad del magnate chihuahuense, Eloy Vallina Laguera, denominado San Gerónimo, el cual albergará en sus más de 20 mil hectáreas a una parte de ese ambicioso proyecto binacional. Entonces hay razón para pensar que la tragedia de los residentes de esa área está ligada a su ubicación geográfica. Desde el satélite de Google pueden verse la extensión de sus predios, perfectamente trazados entre Ciudad Juárez, Sunland Park, Nuevo México y San Gerónimo. Quedaron atrapados en la boca del desarrollo que sólo promete engullirlos.

Para darnos una idea del poder del proyecto, es necesario recordar que actualmente el fundo legal de Ciudad Juárez es de aproximadamente 42 mil hectáreas, lo que implica que un hombre, Vallina Laguera --accionista de bancos en México y en el extranjero--, y algunos de sus socios, sean propietarios de una superficie que significa algo así como la mitad de la frontera. Alguna vez la historia nacional contará cómo este hombre con influencias en el sótano y en la cúspide del poder, recibió, en vuelto en regalo, esta extensión inimaginable de terreno de mano de Patricio Martínez, sólo unas semanas antes de que éste dejara la gubernatura del Estado.

LAS VOCES DE LA AFLICCIÓN

Desde afuera, sería imposible entender la magnitud del daño y el tamaño de la tragedia que ha lacerado la vida de los habitantes de ese asentamiento. Por eso, quizá, sea necesario escribir desde sus propias palabras, que como las de don Aurelio Carranza, un hombre de 68 años, de los cuales 35 han pasado en Lomas del Poleo, señalan, irónicamente, que él y las familias que aún habitan atrás del cerco, estarían mejor en cualquier centro carcelario del país, ya que en éstos al menos se permite a sus reclusos una visita por semana.

Don Aurelio vive con Carmen, su mujer, una señora también de edad avanzada, quien ahora sufre de arritmia cardiaca. La frecuencia de su corazón se acelera, sobre todo cuando pasan los guardias y amenazan con derrumbar su casa y golpear a su marido.

Ángeles Espino, es una mujer típica del desierto, fuerte y morena, tiene 38 años, nació en Lomas del Poleo y es una de las más firmes defensoras de su tierra. Desde que empezó el hostigamiento en contra de su familia y sus vecinos, ella se ha convertido en una de las más aguerridas activistas en contra del despojo.

En su denuncia, Ángeles cuenta que “es en la noche cuando las cosas se ponen más feas allá arriba”. Sensible e inteligente, aprendió pronto a hablar con la prensa. Hace unos meses, ante reporteros de medios nacionales, en frases cortas resumió así la gravedad de su infortunio:
Ya no podemos dormir tranquilos. Mis hijos y mi madre, de ochenta años, tienen mucho miedo. No tenemos luz. La mayor parte de las 25 familias que viven en Lomas, están grandes y enfermas. Nadie nos quiere escuchar. Para nosotros no existe la justicia. El de la pipa nos raciona el agua. La inspectora Blaza nos quiere cerrar la escuela. El güero palmas nos ha amenazado de muerte. Desde que los guardias cavaron la zanja, junto al cerco, los niños de abajo tienen temor de asistir a la escuela.

Los guardias a los que se refiere Ángeles, son los mismos que han envenenado a casi todos los perros de la colonia, buscando de esta manera que no haya nada ni nadie que delate sus presencia. Ángeles desconoce que estos métodos de acoso fueron ya aplicados en otras poblaciones de México y América Latina, con el objetivo de quebrar la fortaleza y el ánimo de rebeliones surgidas siempre tras los abusos y excesos del poder.

Aunque la sufran todos los días, en el diccionario sincero de estos colonos, no se conoce la frase de guerra de baja intensidad, maniobra que revela per se su naturaleza oscura de exterminio comunitario y que sin reserva alguna se ha practicado en el cerco de Lomas del Poleo, con el silencio cómplice de muchos cuyo oficio es la palabra y que un día decidieron callar en esta frontera por cobardía o por dinero.

Nacida en El Jagüey, un poblado rural de Zacatecas, Adelaida Plasencia llegó a esta frontera en 1961 y, junto con su esposo, Vicente Estrada, se estableció, diez años después, en Lomas del Poleo, Ahora, él es un hombre triste, pero decidido a luchar por el pedazo de tierra donde ha pasado casi 25 años de su vida. Apenas, en octubre pasado, un nutrido grupo de cholos, comandados por Catarino del Río Camacho y Fernando Carrillo Flores, capataces “del Zaragoza”, destruyó totalmente la vivienda de Adelaida y Vicente. Afectado por la diabetes, cuyo mal se ha agravado a consecuencia de la intensidad del acoso. Vicente recuerda como su colonia se fue quedando primero sin luz, después sin agua y finalmente sin comida.

El día de la entrevista hace fresco. Por la mañana ha llovido y en horas del mediodía la tierra de lomas del poleo huele a mojado. Vicente viste una casaca verde olivo. Lleva puesta una cachucha debajo de la cual sobresale su cabello encanecido. Desde la casa se ve lo vasto y plano del terreno que ocupa el nuevo interés de los ricos de la frontera. Muy al fondo, cincelada, aparece la sierra Juárez. Quién puede imaginarse este lugar, ahora quieto y desolado, convertido en el futuro en un escenario repleto de autómoviles y maquilas. Lleno de sicarios botando a sus muertos por las calles de una venidera ciudad del desarrollo. .

Vicente es de pocas palabras, pero de juicio claro. “Desde que se nos impuso el portón y el cerco, dice, los guardias tomaron poco a poco el control de la vida en la colonia. Ellos, bajo el mando, primero de un abogado de nombre Manuel Balderas y luego de Catarino del Río y Fernando Carrillo Flores, decidieron quién entraba y quién se quedaba afuera”.

Así fue como obligaron el cierre de las cinco tiendas que durante más de 15 años distribuyeron artículos de primera necesidad entre los habitantes. Los dueños decidieron clausurar las puertas de sus negocios, primero por temor y luego porque ya no pudieron surtir más sus anaqueles. Para ese entonces, en la puerta se había dado la orden terminante de negar el ingreso a todos los proveedores.

En marzo de 2003, pocas semanas después de que se construyera el cerco, y que, adentro del asentamiento, sucediera el asesinato de Luis Guerrero, un colono que murió a palos, luego de que se opusiera a la destrucción de la casa de uno de sus vecinos, la Comisión Federal de Electricidad, en obediencia de un raro amparo ganado supuestamente por la familia Zaragoza Fuentes, levantó el posteado y desconectó toda la red de energía eléctrica de la colonia, gestionada por sus moradores desde principios de la década pasada.

“Así fue como nos quedamos sin luz, Después nada se pudo hacer para que nos restituyeran el alumbrado. Nos quejamos en todas partes, pero hasta ahora nadie nos hace caso”, dice Vicente Estrada, quien al referirse al asunto del agua, otra de sus pesadillas, dice que ésta se ha restringido al máximo, por parte de las pipas del municipio. En este renglón salta una más de las tantas paradojas de esta historia. Desde octubre de 2007 autoridades del ayuntamiento local y funcionarios del Gobierno del Estado suscribieron un convenio con la empresa Carso, propiedad del millonario mexicano Carlos Slim, para que se encargue de la explotación del proyecto Conejos Médanos, una rica reserva de agua dulce que discurre bajo el suelo de Lomas del Poleo.

En sus años jóvenes Lucy fue una mujer muy atractiva. De su belleza habla un retrato que cuelga de una de las paredes de su casa que ha resistido el embate de los guardias de los Zaragoza. En un encuentro de apoyo a la resistencia de Lomas del Poleo, llevado a cabo en octubre de 2008, en la Universidad de las Cruces Nuevo México, un asistente no dudó en comprar en cien dólares una fotografía en el que aparece el rostro de Lucy que se asemeja al de una comandante apache. Lucy tiene hoy 58 años. Aunque no está en el grupo legal de colonos que defiende la abogada Bárbara Zamora, ella presta su casa para que allí se hagan las reuniones. Martín, su esposo, se refiere a ella como una mujer valiente que se ha enfrentado a los guardias, a quienes ha dejado callados y no han tenido otra que darse la vuelta cuando se topan con ella.

Lucy habla sobre el peregrinaje de sus compañeros por distintas dependencias de gobierno, donde sus voces, después de cinco años de quejarse, dice, no han encontrado respuesta. Señala instancias como la subprocuraduría de Justicia del Estado de la Zona Norte, que se ha negado a investigar las denuncias interpuestas por los vecinos de la colonia, bajo el pretexto de que los delitos y abusos denunciados se han cometido en “terrenos que son propiedad privada”. “Y como ustedes deben entender, señores, nosotros no podemos violar la ley”, les dijo alguna vez José Chaires Coss, jefe de agentes del Ministerio Público de la dependencia.

RUDOS CONTRA TÉCNICOS

En el tema de la disputa legal de las tierras, sus vecinos no han logrado hasta la fecha que los tribunales obliguen a la familia Zaragoza Fuentes a respetar el decreto oficial, expedido por la Secretaría de la Reforma Agraria, el 17 de abril de 1975, en el que se declara que las 25 mil hectáreas, dentro de las cuales se asienta esa colonia, son terrenos propiedad de la Nación.
Instancias judiciales como el Tribunal Unitario Agrario Número Cinco, con sede en la Ciudad de Chihuahua, pareciera que desde que conocieron el caso, resolvieron actuar parcialmente y a favor de esa familia poderosa. Por ejemplo, después de casi cuatro meses de que esa magistratura aceptó la demanda de un grupo de colonos, según el expediente 163/08, todas las audiencias programadas en tiempo y forma han sido diferidas debido a que el abogado de la parte demandada no se ha presentado, invocando razones pueriles e inaceptables, que cualquier juez que, se precie de justo, hubiera desechado.

Lo extraño es que mientras Pedro Zaragoza Fuentes reclama sobre todo, en los medios de comunicación, la propiedad de esas tierras, sus abogados rehúyen a probar su dicho en los tribunales, mientras sus capataces estiran al máximo la soga en la colonia, con la pretensión de asfixiar la vida diaria de sus últimos habitantes.

A la luz de los hechos, esta maniobra de fuerza pareciera responder a la seria dificultad que tiene la familia Zaragoza Fuentes de demostrar la legítima propiedad de esos predios, cuya posesión han mantenido los colonos, algunos, inclusive, durante más de 30 años.

En una conversación sobre el tema con Cesar Silva Montes, doctor en Ciencias Sociales, especialista en temas de educación e investigador de tiempo completo en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, salta de inmediato el viejo argumento vertido en favor de las vigencias democráticas y que tiene que ver con que las sociedades no crecen éticamente mientras no sean capaces de eliminar el uso de la fuerza como única ruta de negociación en diferendos, que como en Lomas del Poleo, grupos poderosos pelean agrandar sus ganancias a costa de todo, incluso, a costa del prestigio de la ley.

LA HISTORIA DE SIEMPRE

El arribo de los primeros colonos a Lomas del Poleo coincide con la época dorada del PRI, en la que en el Estado (“nacionalista, popular y revolucionario”) priva la tendencia a tolerar, e incluso, a propiciar, la invasión de terrenos nacionales, por parte de una gran mancha de desposeídos. Estas “invasiones” se llevan a cabo, sobre todo, en zonas marginadas y tierras baldías. El sistema patriarcal de entonces consuma repartos irregulares de terrenos en el medio rural y urbano y mata así varios pájaros de una pedrada: 1) desactiva el descontento de los de abajo. 2) fortalece su proyecto de control masivo. 4) engrosa las filas del movimiento territorial de su partido y 5) asegura para sí, el llamado voto verde, en tiempos electorales.

En el último filón de los sesentas, Lomas del Poleo no queda afuera de esta esfera de clientelismo y corrupción. A este lugar arriban decenas de familias precaristas, en su mayoría migrantes de algunos Estados vecinos y otras más provenientes del centro y sur del país, ansiosas de un pedazo de tierra. Muchos allí se quedan. Lejos de su tierra de origen y enfrentados a climas adversos y extremos, deciden organizarse para establecer sus primeras granjas para la crianza de animales domésticos, en una superficie no mayor de dos hectáreas por persona.

Otros llegan y se emplean como obreros en la industria maquiladora local y como pepenadores en basureros de Estados Unidos, a los que accedían después de brincar la línea fronteriza en las primeras horas de la madrugada.

En los tiempos en que los primeros colonos empezaron a construir sus viviendas, nadie reclamó esas tierras como suyas. Lo olvidado y apartado del lugar y la falta de dinamismo industrial en Nuevo México convertían a Lomas del Poleo en un paraje sin futuro.

Hasta en los últimos años de la década pasada, sus habitantes no tuvieron acceso a ninguna clase de servicios públicos. El agua, la luz eléctrica, el transporte, la escuela, la iglesia arribó muy despacio y se hizo realidad sólo gracias al tesón infatigable de los vecinos. Eso sí, todos obtuvieron a tiempo su credencial para votar.

Con sus propias manos, a fuerza de pico y pala, abrieron las primeras calles. Ellos arrimaron el agua con pipas, gestionaron y pagaron la introducción del la energía eléctrica, construyeron los fines de semana la única escuela primaria y el kínder del lugar. Siempre batallaron, pero nunca se echaron para atrás.

A pesar de las privaciones del terreno, se sentían contentos. Allá arriba, en los meses de lluvia, el desierto florea bonito y el aire es más limpio con relación a la ciudad. El clima fresco en otoño y la luna inmensa de octubre permite que la vida sea menos pesada. Los atardeceres polícromos y la degradación tonal del poniente siempre han sido una tentación para fotógrafos deslumbrados.
En los años setenta, cuando recién llegaron a este páramo arrinconado del país, los loma poleneses nunca se imaginaron que aquellas tierras infecundas que entonces les ofrecían cobijo, se traducirían, casi cuarenta años después, en una zona desmesuradamente codiciada por las nuevas y voraces rutas del capital. En ese entonces, tampoco supieron de los Zaragoza, apellido que se convertiría en los últimos cinco años en su peor pesadilla.





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