En Colombia, la visita puede contribuir a fortalecer al gobierno de Alvaro Uribe, que está empantanado por sus relaciones con los paramilitares, y a diseñar una política hacia el nuevo gobierno del ecuatoriano Rafael Correa, quien declaró que no renovará el convenio por la base militar de Manta, que resulta estratégica para el Plan Colombia. En Guatemala, donde se realizarán elecciones en septiembre, el posible triunfo de la premio Nobel Rigoberta Menchú es motivo de preocupación para Washington. Por último, la previsible inestabilidad política en el México de Felipe Calderón será uno de los temas con el que cerrará su gira.
Cuando Bush y Tabaré Vázquez estén reunidos en la residencia presidencial de Colonia, a escasos 50 kilómetros, en Buenos Aires, Hugo Chávez encabezará un acto antimperialista que cuenta con el apoyo de Néstor Kirchner y de buena parte de los movimientos sociales de Argentina. Nunca había sido tan evidente la existencia de dos posiciones entre los gobiernos progresistas y de izquierda de la región. Pero en esta ocasión, pese a lo que proclaman los medios de la derecha, no se trata de ningún exceso de escenificación de Chávez ni una falta de tacto del venezolano. Por el contrario, la situación que provoca la gira de Bush justifica la realización de un acto que, en los hechos, no es sólo un repudio a Bush, sino una clara toma de distancia de Vázquez y Lula.
La alianza entre Estados Unidos y Brasil para la producción de etanol es lo que explica la opción de Chávez a emplearse a fondo en un acto que va a disgustar a algunos socios del Mercosur. Brasil es el primer productor mundial de etanol, y con Estados Unidos controla 72 por ciento de la producción mundial. Pero mientras el etanol estadunidense, producido con maíz, tiene baja productividad y dispara el precio del alimento, la producción de caña de azúcar es cinco veces más eficiente y coloca al país sudamericano a la vanguardia mundial en la producción del energético. Un acuerdo de largo plazo con Brasil permitiría a Estados Unidos tres objetivos centrales: diversificar la matriz petrolera, reduciendo su dependencia de las importaciones de Venezuela y de Medio Oriente; debilitar a Venezuela y a sus aliados, y frenar la integración regional motorizada por los hidrocarburos que había cobrado vuelo en 2006. Este plan reaviva los mismos objetivos que tuvo que aplazar Bush en noviembre de 2005, cuando fracasó el ALCA en la cumbre de Mar del Plata.
No es casual que Chávez haya criticado frontalmente el etanol como alternativa al petróleo. "Lo que Estados Unidos pretende es imposible. Para sostener con etanol su estilo de vida habría que sembrar con maíz cinco a seis veces la superficie del planeta Tierra", dijo en su programa semanal. Agregó que la expansión de los cultivos tendrá impacto sobre los alimentos, que serán más caros, sobre los suelos, que se degradarán más por el uso de agroquímicos, a la vez que fortalecerá "la tendencia al monocultivo para alimentar las plantas de etanol". Fidel Castro, en conversación telefónica con Chávez, dijo que "la idea de usar alimentos para producir combustibles es trágica, es dramática", ya que "nadie tiene seguridad de adónde van a llegar los precios de los alimentos cuando la soya se esté convirtiendo en combustible".
Sus argumentos coinciden con las críticas de los movimientos sociales. A finales de febrero, un manifiesto firmado por varios movimientos latinoamericanos, entre ellos el MST de Brasil y Vía Campesina, sostiene que "el actual modelo de producción de bioenergía se sustenta en los mismos elementos que siempre causaron la opresión de nuestros pueblos: apropiación del territorio, de los bienes naturales, de la fuerza de trabajo". Pero lo que los dirigentes venezolano y cubano no podían decir en voz alta, por razones diplomáticas, lo dijeron los movimientos. El manifiesto señala que el acuerdo del etanol "es una fase de la estrategia geopolítica de Estados Unidos para debilitar la influencia de países como Venezuela y Bolivia en la región". En suma, se trata de boicotear la integración regional y obras tan importantes como el gasoducto del sur.
Si consideramos que la actual coyuntura que vive la región es sumamente delicada es porque puede producirse una inflexión de larga duración que afectará tanto a los pueblos como a los gobiernos de izquierda. Hilando fino, el problema no es ni Bush ni Estados Unidos. Ellos hacen su juego, como siempre lo hicieron. Con el proyecto del etanol emerge una nueva-vieja alianza: la de las elites globales, que se expresa en algunos gobiernos de la región.
Entre los principales promotores de la Comisión Interamericana de Etanol, lanzada en diciembre, figuran dos personajes claves: Jeb Bush, ex gobernador de Florida, a quien muchos acusan del fraude electoral que facilitó el acceso de su hermano a la presidencia en 2000, y el brasileño Roberto Rodrigues, presidente del Consejo Superior de Agronegocios de San Pablo y ex ministro de Agricultura en los primeros cuatro años del gobierno de Lula.
Rodrigues fue el hombre del agrobusiness en el gobierno brasileño, está dispuesto a deforestar la Amazonia y a expulsar a millones de campesinos de sus tierras para acelerar la acumulación de capital. Los brasileños votaron por Lula, no por el tándem Bush-Rodrigues.
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