Las calles del viejo centro de Los Ángeles, California, están repletas de tiendas y talleres de ropa. Este es uno de los grandes centros mundiales de concentración de trabajadores y trabajadoras de la costura. Aquí, en las calles, se respira el aire de la explotación y, también, el de la resistencia.
Decenas de miles de mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, hondureños, coreanos, chinos y de otras nacionalidades dejan la vida en la elaboración de una prenda, cuya venta engrosará la riqueza de los dueños de las fábricas y de los distribuidores. Muchos son indocumentados, llegaron en busca del sueño americano y se encontraron con la amenaza permanente de que el patrón los despida sin justificación o llame a la migra. Se toparon con una máquina de coser frente a la que pasan entre 10 y 14 horas diarias, con el acoso sexual, el olor de los petroquímicos, el vaivén de la máquina de coser que afecta la espalda y las muñecas, las agujas que cada rato se clavan en las uñas, la falta de descansos reglamentarios y de la media hora destinada para comer. Se encontraron las puertas de emergencia de los talleres cerradas, al igual que las ventanas, y vieron cómo el polvo que emerge de las telas impregna el ambiente y se mete en sus pulmones.
Sobre la avenida Los Ángeles y Pico, en el mero centro de la ciudad, crece el Centro de Trabajadores de la Costura con vida propia. Nació en 2001 con el sentimiento, dice Delia, “de que se tenía que hacer algo para resolver la explotación de los trabajadores. Con el paso del tiempo nos damos cuenta de que no sólo se trata de la recuperación de salarios, que era el problema más común que nos llegaba, sino que teníamos que ir a las raíces de la explotación y empezar a trabajar con soluciones y alternativas. Se trata –explica– de que la propia gente cree algo diferente, valore su condición de trabajador, recupere su dignidad y respeto. Aquí, entre los propios trabajadores, se van enseñando las mañas del capitalismo y cómo los afecta, y se va entendiendo el sentido de la lucha, del compañerismo y de la solidaridad”.
Además de apoyar las luchas legales, el centro promueve, por medio de diversos talleres, la lucha por la igualdad de género y contra la discriminación entre los que tienen papeles de residencia y los indocumentados. Se trata, en resumen, “de que los trabajadores le quiten el poder a los empleadores y construyan su propio poder”.
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