REPORTAJE / A diez años de acteal
Falso que posesión de un banco de arena detonara el problema
En Chenalhó, como en buena parte de las montañas de Chiapas donde viven los pueblos indios, cada paraje, ciertos promontorios y piedras, cavidades, cerros o vados tienen nombre y memoria. En su relativa pequeñez de 139 kilómetros cuadrados como municipio oficial, que incluye también el municipio autónomo de Polhó y parte de su homólogo Magdalenas la Paz, es un mundo complejo donde nada es trivial, y cuando las comunidades y regiones toman decisiones o acuerdos, no predominan la superstición ni la ignorancia, como luego se piensa.
No es necesario usar desleídos recursos del realismo mágico ni abusar de la vena etnográfica para describir esta realidad. Mucho menos creer a pie juntillas los boletines de prensa y las averiguaciones previas de la policía en el periodo previo a la matanza de Acteal. Está sobradamente documentado que la policía misma fue un actor del conflicto que aquejó a Chenalhó durante aquellos meses terribles de 1997.
Para entender episodios como el del 22 de septiembre en el banco de arena de Majomut, cerca del centro de Polhó, hay que insistir en que la rápida paramilitarización de ciertas comunidades, con Los Chorros a la cabeza, dañó severamente el tejido cultural de pueblos que habían sobrenavegado la modernidad como les llegó a ellos durante el siglo XX sin romperse en lo profundo: terratenientes y patrones abusivos, y luego diferencias religiosas; luchas agrarias legítimas aprovechadas por partidos políticos, lo que llevó a muchos a simpatizar con el levantamiento zapatista y la creación de municipios autónomos.
Así hasta que, por primera vez, suceden cosas como las que describe en sus memorias quien fuera párroco de Chenalhó durante tres décadas, y el gobierno federal lo expulsó del país dos meses después de la masacre: “Los paramilitares se burlan de la ‘costumbre’ que enseña el respeto hacia los ancianos y los jefes de familia. Así, nuestro amigo Petul, de Los Chorros, quien desempeñó muchos cargos tradicionales dentro del municipio, tuvo que dejar su casa y su paraje porque uno de sus hijos, paramilitar, quería matarlo” (Las andanzas del padre Miguel, por Miguel Chanteau, San Cristóbal de las Casas, 1999).
La sed de venganza
Ni las disputas por el poder político o un banco de arena (que no eran nuevas) explican la sed de humillación y venganza que invadió a unos centenares de indígenas cuya conducta devino aberrante y criminal. “En Pechiquil, un ‘Pasado’ (anciano de autoridad) muy respetado por la gente de su paraje fue abofeteado por su yerno, paramilitar priísta, al recibir un regaño por su mala conducta. En los parajes que tienen bajo su control, para humillar a las Autoridades, los paramilitares les obligan a cumplir tareas normalmente reservadas a las mujeres, como por ejemplo arrancar las plumas de los pollos”, agrega Chanteau.
Es a la luz de esta situación que deben verse decenas de “episodios” como el del banco de arena, que causó cuatro muertes. Y también ciertas acciones institucionales que resultan, por decir lo menos, sospechosas. Como informó en su momento La Jornada, el 16 de septiembre de 1997 hay un cambio en el gabinete del gobernador Julio César Ruiz Ferro, cuando el escritor tzotzil de Chenalhó Jacinto Arias Pérez deja la Secretaría Estatal de Atención a los Pueblos Indios (SEAPI), y ocupa su lugar Antonio Pérez Hernández, ex diputado priísta, también de Chenalhó, y que rápidamente se vinculará, si no lo estaba ya, con los grupos civiles armados de extracción priísta y del Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN) que finalmente perpetraron la masacre de Acteal.
Es curioso que para ese cargo no se pensara en un funcionario tzeltal, chol, tojolabal o zoque, o un tzotzil de otra parte. ¿Por qué esa insistencia gubernamental en dar el puesto a un líder de ese pequeño municipio de 30 mil habitantes, en un momento que ya había una suerte de “guerra” declarada (según expresión de los organismos de derechos humanos)? Sigue siendo una pista a seguir para hacer justicia por lo que ocurrió en los meses posteriores.
“Se insiste en que la causa de la matanza en Acteal es un conflicto provocado por la posesión de un banco de arena en el cerro Majomut. Al analizar la situación es evidente que eso está muy lejos de la realidad”, expone una investigación reciente e inédita de Dolores Camacho y Arturo Lomelí.
“Si bien muchos pueblos indios se han organizado en la figura de ‘municipios constitucionales’, las estructuras que rigen su funcionamiento son más complejas; cada municipio está compuesto por pueblos históricos que comparten costumbres, fiestas, normas de convivencia, y que se juntan o separan de acuerdo con momentos coyunturales específicos para constituir un municipio con una estructura distinta”. Cada grupo, “aunque vive y tiene una historia común, también proviene, desde su relación con la tierra, de una historia particular que concurre con las de los demás. Tienen que acordar y negociar para mantener la convivencia, como menciona el profesor Enrique Pérez López”.
Hacia 1939 aún había terratenientes en Chenalhó. Una finca se convertiría en el ejido Los Chorros, que tuvo un crecimiento extraordinario. Con más de 5 mil habitantes de diversa procedencia, se convirtió en la comunidad más poblada del municipio. Camacho y Lomelí mencionan que el ejido se funda, “pero las tierras son repartidas tiempo después, y el comisariado ejidal, devenido cacique, decide cuánto y qué tierra dar”.
En Los Chorros, la mayoría de los habitantes son avecindados sin tierra. “Con el levantamiento zapatista hay tomas en todo Chiapas. En febrero de 1994 un grupo de jóvenes de Los Chorros, asesorado por el PFCRN, toma posesión del predio San José Majomut bajo las siglas del EZLN”. Incluso su dirigente nacional Rafael Aguilar Talamantes se atrevió a declarar en los primeros días de 1994 que el PFCRN (ya para entonces un simple partido “paraestatal”) “sería vocero del EZLN”. Una verdadera bufonada.
Ellos participaron en el primer paquete de regularización del gobierno. A principios de 1995, con 62 hectáreas, San José Majomut quedó registrado como ampliación de Los Chorros. La convulsión de esos días “ayudó a que no se percibiera el hecho, hasta que los beneficiados crearon una sociedad de solidaridad social (SSS) para explotar comercialmente el banco de arena, de manera exitosa porque se construían caminos y carreteras y el gobierno fue su principal comprador”.
Aunque el banco de arena había sido motivo de conflictos anteriores, “lo era en cuanto representaba un predio que varios parajes y comunidades, incluido el ayuntamiento, querían no por el valor de la comercialización, sino porque sacaban arena todos los que la necesitaban. No se sabía que se podía hacer un negocio tan bueno”, según el indígena Sebastián Pérez, quien añade que cuando los demás “ven que los ‘cardenistas’ sacan dinero, pues se enojan; también en Los Chorros, porque la tierra sería del ejido, no de la SSS”.
El municipio autónomo “decide expropiar el banco de arena, pues considera una irregularidad que unos cuantos se posesionen de un recurso natural. Esto se basa en el discurso zapatista de que dichos recursos son de todos y no se pueden privatizar, y porque consideran que el cerro se encuentra dentro de los bienes comunales de Polhó, que consta de treinta parajes”.
Situaciones frecuentes
Así, el 16 de agosto 1996 queda expropiado el banco por el municipio autónomo. “Un argumento de peso fue que las autoridades de Polhó detuvieron en un camino a Juana García Palomares, esposa de Manuel Anzaldo (ambos dirigentes del PFCRN y asesores de los solicitantes de Los Chorros), y la hacen firmar un documento donde ella reconoce que el banco de arena es de Polhó”.
El grupo de Los Chorros “no acepta la firma y anuncia que recuperará el predio, lo cual ofende a los habitantes de Polhó porque están desconociendo la firma de su representante. Sigue una serie de incidentes entre Los Chorros y Polhó; sin embargo, de ninguna manera son causa de la matanza de Acteal. Como indican tanto miembros de Las Abejas como del municipio autónomo y el PRI, esos problemas siempre han existido, pero nunca llegaron a tales consecuencias. Siempre se habla y se toman acuerdos para mantener el equilibro”.
Los entrevistados por los investigadores “coinciden en que para llegar a este grado de violencia tuvo que haber una influencia externa muy fuerte, una preparación”. Los priístas “no son asesinos por ser priístas, ni los cardenistas, sino algunos que aceptaron la idea de que había que destruir al otro”.
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